Diario de Castilla y León

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A LOS de mi generación nos ha tocado una enciclopedia entera. Hace apenas tres décadas, no más, todo lo ocurrido en cualquier campo del saber en el pasado venía en las enciclopedias. Aquellas que comprábamos a plazos en el Círculo de Lectores. Qué eficaces eran. Cuántos plazos por familia. Consulta obligada. Me fascinaba la que editó Ámbito con las nueve provincias de Castilla y León del Diccionario geográfico-estadístico-histórico Madoz. Que sigue vigente, paradoja librera. Pero los grandes fondos del conocimiento venían en la gruesa e interminable Espasa. Una librería entera de lomos negros que venía con mueble incluido. Mi sueño inalcanzable. Muchos recordamos la Enciclopedia Alvárez, a punto de abrir su propio museo en el pueblo de su autor, Antonio Alvárez, en la localidad alistana de Ceadea, enfrente de su casa natal. ¡Ay! Si aquellos sufridos compiladores y esforzados sabios supieran que hoy en tan solo en unos segundos la sociedad recibe el relato completo de los grandes fastos, de las más terribles tragedias, guerras más crueles y esos fenómenos de la naturaleza antinaturales. Cada vez que pienso en el pamplonica Pascual Madoz y sus 20.000 colaboradores en toda España suministrando datos pueblo a pueblo para su diccionario, me pregunto qué habría hecho si hubiese tenido en sus manos la Wikipedia. La serpiente digital que mató a la biblioteca. En fin, añoranzas aparte, mi generación va sobrada. Franco y Juan Carlos, fin de posguerra, aparición del turismo, la modernización a través del proceso industrial, la llegada de la democracia que se quedó para siempre, los huracanes con nombres propios, los incendios, los tsunamis, las riadas enloquecidas que han dejado pequeñas a las gotas frías, la pandemia que se nos ha hecho huésped y, una vez más, la lava reptando montaña abajo en una isla canaria. Y sigue. Los nacidos a partir de los 50 llevamos un libro en vena. Una biografía muy interesante para contar a los que vienen en primera persona. Los últimos cien años han sido de locura. Y esto no para. Hemos asistido a giros de 360 grados en conductas sociales y tecnologías de esas que los más ancianos dicen que son cosas de brujas, magia. De niño me contaron que Dios creo el mundo en siete días. Me temo que a mi nieto me tocará explicarle no tardando como acabaremos cargándonos la Tierra en una semana. Al tiempo. 

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