Mi carta a los Reyes Magos
cuando era más pequeño que ahora –pienso que nunca he llegado a ser mayor–, pedía juguetes y cuanto demandan los niños a vuestras Majestades. Hoy no quiero nada para jugar, sino todo lo contrario: sólo 4 cosillas para que no jueguen más conmigo. ¿A qué este cambio? Porque en este momento me veo como un juguete, y no en las manos del destino, sino en las de un Gobierno grosero y negligente para el que sobran los adjetivos calificativos.
Pido, en primer lugar, que traigáis a cada español un despertador muy grande y que suene muy alto. Me explico, querido Reyes, y perdón por emplear la palabra Reyes que hoy suena tan mal en boca de algunos políticos de este país. Opto por un despertador así porque, al escuchar el discursito del presidente del Gobierno haciendo balance de su mesiánica gestión, pensé que tuvo razón el Tribunal Supremo al sentenciar que el golpe de estado en Cataluña fue «una ensoñación».
Que España entera vive una ensoñación o pesadilla, lo demuestra ese discursito a lo Fidel. Al oírlo, uno podía imaginarse a Hitler diciendo que amaba tiernamente a los judíos, o a papaíto Stalin asegurando que nunca había matado una mosca. Estas cosas, Majestades, sólo pasan en un país dormido o flipado, y al que le sobran las vacunas porque ya tenemos la inmunidad de rebaño ante el virus y el pensamiento crítico. Sólo un rebaño modorro y atolondrado escucha indiferente la cadena de engaños y manipulaciones de tal discursito.
El colmo del embobamiento llegó a su cenit cuando el Imperator soltó en su discursito triunfal que del golpe en Cataluña todos somos responsables y culpables. La ganadería monclovita –y parte de la cabaña pactista del PP, uncida al yugo sanchista por ser unos bárbaros y antisistemas–, respondió en masa: ¡beeee! Al decirle a mi vecina Carmina que en ese «todos» estaba incluida, lanzó irrepetibles improperios sobre el divino orador. Si yo, tan moderado, me irrité con la sanchunada, veo lógico que cada renacuajo tenga su cuajo.
Segunda petición, queridos Reyes Magos: traed a cada español un CD con la canción de Mercedes Sosa Sólo le pido a Dios, para que escuchen esto: «Sólo le pido a Dios/ que le engaño no me sea indiferente./ Si un traidor puede más que unos cuantos,/ que esos cuantos no lo olviden fácilmente». Imposible pasar de tres palabras básicas como «engaño», «traidor», y «olvido», que son mucho peor que el Covid. A no ser que uno haga profesión solemne en el rebaño y en la ensoñación sanchuna, claro.
Lo tercero que pido a sus Majestades es que, por una vez, los españoles seamos responsables, honrados, y veraces a la hora de votar. Es mucho pedir, pero no podemos dejarnos engañar por una publicidad vergonzosa y patética que otorga todo el mal al enemigo, mientras Sánchez, de forma ridícula, pone hasta en las cajas de las vacunas la rúbrica gubernamental que no le corresponde. ¿Y su conciencia por más de 80 mil muertos en la pandemia? Pasa, pero estremece escuchar a Víctor Jara señalando a los que no evitaron la catástrofe en Puerto Montt o en España: «Señor Pérez su conciencia/ la enterró en un ataúd,/ y no limpiarán sus manos/ ni toda la lluvia del sur/ ni toda la lluvia del sur».
Pido una cuarta cosa para mí, Majestades. Con tanta manipulación del lenguaje, de los valores, y de la realidad que me rodea, empiezo a perder el norte. No sé si lo que veo son gigantes o molinos. Estos síntomas se agravan cuando zapeo por las teles del Gobierno, cargadas de alienación y manipulación colectiva. Como la cosa es grave, os cantaré mi último sueño para que me echéis una mano con vuestros poderes mágicos.
Soñé que me nombraban presidente del Gobierno. Para entonar el caos de este país, que ya no lo arregla ni la madre que lo parió, nombré a mi nieto Marquitos ministro de Cultura. Lo vi claro: con tres años y medio entiende de música y toca el violín, no como el actual ministro que no sabemos ni qué toca ni su nombre. Con la misma cuerda, nombré portavoz del Gobierno a Carmina, mi vecina, que en dos días superó en elocuencia y dignidad a la Montero, a la Calvo y a la Celaá juntas.
Completé mi gabinete de ensoñación con mi psicólogo como ministro de Sanidad, que al menos sabe psicología. De ministra de
Hacienda, como es natural, puse a mi mujer, que no se le escapa un euro. Al resto de ministros los escogí con el sorteo del Niño, pues salga quien salga serán mejores que los actuales que están ahí porque han tenido suerte. No lo van a creer, Majestades, pero como en mi gabinete no había comunistas ni independentistas e hice todo lo contrario que Sánchez, la cosa mejoró en un santiamén. Qué cosas se sueñan.
En fin, queridos Reyes Magos, cuento todo esto para daros una idea por si se os ocurre traerme algún regalo en la tercera ola del Covid, y en la que, como decía Lope de Vega en La Dorotea, «donde no está el rey, es porque no le hallan». Y nada, más. Que tengan sus Majestades un feliz viaje, y que no se encuentren a la Guardia Civil de Marlaska no sea que les multen por monárquicos, pues aquí puede pasar de todo. Sinceramente, este que lo es.