Diario de Castilla y León
.- E. M.

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Redacción
Valladolid

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DE RISA . Mi psicólogo, que es muy aficionado al teatro, me ha pedido que relea la famosa recomendación que hace Hamlet a los actores en la Escena II del Acto tercero. Como es muy larga, resumo. Aquí se explica sin piedad que el actor que busca el aplauso no es más que un tarambana, pues la acción responde «a la palabra y la palabra a la acción, poniendo un especial cuidado en no traspasar los límites de la sencillez de la Naturaleza». Lo contrario, dice, lleva a las «risotadas para hacer reír a unos cuantos espectadores imbéciles». Y concluye Hamlet: «estúpida pretensión». Textual.

Viene esto a cuento por un hecho cómico en política, que pagaremos muy caro todos los españoles. Me refiero al falso teatrillo montado por Pedro Sánchez en la Moncloa y en el Congreso, tras su vuelta triunfante en la negociación de Bruselas. En pocos días, todo se ha disuelto en una catarata de aplausos espumosos -para «exagerar el tipo», que decía Hamlet -, ideada por sus colaboradores y palmeros. Al agasajo respondió Sánchez con sonrisa de actor elemental y cara de satisfacción. Espectáculo bochornoso. Puro teatro, pero del malo.

Es cierto que en política el aire de representación y de simulacro, potenciado por el marketing, prima en los partidos. Pero cuando esto se hace, como es el caso, de forma descarada y hasta ridícula -«engendros» abominables, los califica Hamlet-, canta la Traviata . Hay que tener jeta y farsantía con copete, montar un escenario para saludar como triunfador a nuestro caricato Presidente que ha lanzado a su país al borde del abismo en todos los sentidos.

Lógicamente, a él le importa un comino que seamos el país de Europa que tiene más rebrotes, que aún no hayan dado la lista oficial de muertos bajo la excusa infantil de que están preparándola, que las colas de los pobres buscando comida de caridad sean kilométricas, que la crisis económica y el paro nos sitúen en el punto de la desesperación, y que haya rubricado una negociación con Europa, que en gran parte desconocemos, pero que intuimos durísima. Tanto, que Marquitos , mi nieto de dos años, pagará cuando sea mayor.

Le importa sólo el teatro de los «mosqueteros» que, como decía Hamlet, «son incapaces de apreciar otra cosa que incompresibles pantomimas y barullo». En el mismo río revuelto de desgracias y caos, pesca su Vicepresidente de Gobierno. El hijo morganático de Zapatero y de Maduro propone ahora destronar a Felipe VI para que llegue la III República totalitaria y dinástica encabezada por él mismo ¿Algo peor? Sí, que Sánchez siga saludando y riendo triunfal porque un público envilecido, que son ellos mismos, aplaude a rabiar.

¿Qué ocurre con el otro público que aún no es claque subvencionada, y que no vive de Jauja? Pues que se está acostumbrando a las mentiras del comediante. No pocos han dejado de mirar los hechos para abonarse al teatrillo bolivariano que monta el Gobierno. De la hecatombe humanista que señalaba Hamlet, hemos pasado sin transición al desenlace fatal de todo farandulero que denunciaba Víctor Hugo en Los miserables: «La mentira es lo absoluto del mal. Mentir poco no es posible; el que miente, miente en toda la extensión de la mentira».

Presumir de negaciones semejantes, tiene poco de elegante y mucho de indecoroso, pues nos relega al papel de miserables que piden con descaro ayuda a los demás, mientras aplaudimos en público a unos vulgares actores de tercera fila. Qué falta de dignidad. Los trabajadores de verdad ayudan al resto y nunca al final exigen un aplauso. Esto sólo sucede en los escenarios porque se trata de una representación, y no de una realidad que camina en zapatillas. A este tipo de aplauso, como sustituto de lo auténtico, se le llama en mi pueblo, con perdón -y eso que muchos no han leído a Hamlet-, la gilipollez de un gilipollas.

Pero no, no quiero terminar esta columna sin un toque de comprensión hacia el actor Pedro Sánchez en estado puro. Esta refrescante delicia veraniega nos la sirve El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Aquí encontramos una razón que revienta el aplauso de los necios. En el capítulo XI, aparece el Vanidoso que se despanzurra de gusto ante el niño inocente que le pregunta: «¿Qué significa admirar?». A lo que contesta el Sánchez de turno más vanidoso, y como el morador único de un planeta único dentro de una galaxia también única: «Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta».

En fin,  amigos, que enmudezco. Mi conclusión coincide con la del Principito : «Decididamente, las personas mayores son muy extrañas». Pienso sólo en cosas vulgares como esta: que si a un nutrido grupo de necios le entregamos el barco de España lleno de vías de agua, pónganse el salvavidas porque, seguro, que ese barco lo hunden a fuerza de aplausos. No estoy hoy, lo que se dice, muy optimista. Pero ante la estafa del actor Sánchez, que no aguanta un gorgorito en escena, hago honor a la sección de esta columna: la cosa tiene tela, bemoles, perendengues, y todo lo que quieran añadir de cintura para abajo.

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