Diario de Castilla y León
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Antonio Piedra
Valladolid

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QUÉ FUERTE fuerte. El mentir en nuestra historia –los clásicos decían que no se tenga en cuenta «la mentira que a nadie perjudica»– ha sido un acto normal entre ciudadanos. Entre políticos se trata de un oficio. Y entre todos estos, la mentira sanchista tiene el etiquetado rotundo que decía Terencio en una de sus comedias: «Una mentira arrastra a otra mentira». O sea, una cesta de guindas entrelazadas sin una sola verdad que llevarse a la boca.

En este 2020, tan ayuno en verdades y tan rebosante en malos sainetes que van a cargarse el género, Pedro Sánchez pasará a la historia –por creativo y persistente– como el inventor de la mentira trepadora. Se acabó el equilibrio de alguna verdad con palabras capciosas, o de hacer tragable un círculo cuadrado para la Vanguardia progre. La mentira sanchista es única y estable, pues fulmina todos los records de los Guiness.

¿Qué características definen esta firme embustería? He aquí algunas. Primera. Una autenticidad que no disimula la mentira, sino que la abre en canal como si fuera «el mentir de las estrellas», que escribía Quevedo. En el sanchismo imperante quien más miente, más trepa como la hiedra. Segunda. Aquí la mentira no es un acto aislado, sino la constante natural de la lluvia calabobos, propia de las zonas húmedas, que se filtra hasta las criadillas.

Tercera. Si antes te pillaban en una mentira o en una simple contradicción, pasabas un mal rato, y tenía sus consecuencias pues el mentir exigía memoria. Con Sánchez no. La mentira sanchista es todo un alarde, un deslinde arquitectónico que requiere alta formación y tal destreza que sólo es comparable con el alma más sublime de las plantas trepadoras. Ante refinamiento semejante, de poco sirve pedirle a una hiedra que no trepe más porque tapa al mundo con su feracidad. A esto lo llamaba Gabriel y Galán «faltar a la verdad con elocuencia».

Cuarta.  La característica más destacada de la mentira sanchista es que –una vez tapado el muro, el mundo y sus vanidades– sólo se ve la hiedra. Todo un espectáculo calderoniano en el que la gente acaba discutiendo, únicamente, sobre el tamaño y el color de las hojas. Ya nunca se debatirá sobre la consistencia del muro o la belleza de los balcones porque, sencillamente, ni se ven, ni si recuerdan, y todos dudarán de su existencia. Con este emparrado invasivo, que por cierto es copia fidedigna de Renan, la mentira se convierte en «el más sacro de los deberes».

Quinta. Ante la penetración totalitaria del verde sanchista, el programa electoral del PSOE no es más que hiedra ocultadora de la realidad. Su diálogo paisajístico consiste únicamente en extender más la hiedra, abonarla, regarla y reproducirla mediante esquejes tiernos y raíces chupadoras. Sánchez ha conseguido que la mentira, desde su tesis doctoral hasta los consejos de Ministros de los martes, se diluya en ese descaro inmune y radiactivo del tango de Gardel: «Verás que todo es mentira, / verás que nada es amor, / que al mundo nada le importa, / yira, yira».

La sexta y última característica es categórica. Recala en la cobardía que refiere Kant cuando el tirano, como la hiedra, usa la mentira como si fuera la única verdad que cohesiona el universo: al menos «ten el valor de servirte de tu razón», dice. Sánchez tiene el cuajo de servirse y reconocer que su mentira es la única verdad que rige en política y que, trepadoramente, se impone a cualquier otro raciocinio. Es la maldición que lanza Aristóteles contra el mentiroso: «No ser creído cuando diga una verdad».

A todas estas características responde con feracidad la hiedra trepadora de los hechos. ¿Qué es la historia de Delcy y de Ábalos en el aeropuerto de Barajas sino un montón de mentiras en narcohiedra que encajan a la perfección con la Viridiana de Buñuel cuando dice el capo de turno que «la primera vez que la vi me dije: ¿Mi prima Viridiana terminará jugando al tute conmigo?». ¿Cómo se puede haber llegado en España a este esperpento de la hiedra que las decisiones del Gobierno las toma Rufián?

¿Qué es eso de que van a cambiar el código civil pactando sin pactar, dando sin dar, robando sin robar, destruyendo el país sin destruirlo, sino una mentira trepadora? ¿Qué es ese reparto entre los independentistas sin resolver un solo problema de la Nación, sino hiedra trepadora? ¿Cómo pueden decir que resuelven la economía si crece el paro, huye el capital, y sólo se crean chiringuitos para amigos, familiares, cónyuges y  allegados ideológicos como si el Gobierno fuera un vivero industrial de hiedra trepadora?

Sin darle vueltas, todo esto lo resume mi vecina Carmina –sigue sin usar el ascensor para que no la llamen facha por consumir la energía del planeta, y yo hago lo mismo pero por prescripción médica–  con una irreprochable dignidad: «Antonio, todo esto son  mentiras, mentiras, y nada más que mentiras». Mientras, la hiedra sanchista crece y ni Dios la para. Sólo habría una forma de impedirlo: arrancándola. Pero ni lo sugiero no sea que me la cargue. Repito tan sólo lo de Víctor Hugo en Los Miserables: «La mentira es lo absoluto del mal».

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