Diario de Castilla y León

Las colmenas de Castilla y León resurgen de las cenizas

Las Opas prevén meses complicados tras los voraces fuegos que han asolado a la Comunidad y han calcinado cientos de colmenas y flora apícola

El alcance de las llamas y sus consecuencias obligan a pequeños apicultores de la zona a trasladarse a otros territorios

Colmenas en Oencia afectadas por los grandes fuegos que han asolado la zona este verano

Colmenas en Oencia afectadas por los grandes fuegos que han asolado la zona este veranoASAJA LEÓN

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La oleada de incendios del verano ha dejado un reguero de colmenares cercados por ceniza, montes de castaño y roble arrasados y apicultores obligados a mover explotaciones enteras en tiempo récord. El Bierzo y amplias zonas de la provincia han perdido parte de su «pasto» tradicional para las abejas, con efectos que se medirán en años. «En El Bierzo se sacaba miel de castaño y después se sacaban mielatos que venían de roble y encina y al final todo eso ha ardido. Eso va a tardar muchísimos años en recuperarse y volver a sacar esas mieles», advierte Begoña Bello (ASAJA León), subrayando que son variedades «muy reconocidas y muy apreciadas» que ahora quedarán en el recuerdo del sector durante varias campañas.

El panorama es desigual (desde explotaciones intactas a pérdidas masivas), pero el denominador común es el vacío floral. «Hay apicultores a los que les ha ardido todo el monte de alrededor, pero sus colmenas no. Pero claro, es que eso es insostenible… las colmenas no tienen dónde pecorear», resume Bello, que sitúa ya reubicaciones forzosas « al sur de León» o directamente a «Galicia o Asturias», con la complejidad que implican distancias, permisos y convivencia con otros colmenares. «Cumplimos distancias con núcleos rurales, carreteras y con otros colmenares… en León somos muchos apicultores y lo más complicado va a ser eso: dónde ubicar», añade.

El mapa de zonas castigadas en El Bierzo ayuda a entender el alcance: Las Médulas, Oencia, Chano, Bouzas, los Aquilianos, el Morredero… «En todas las zonas en las que hubo incendios este verano siempre hay un apicultor: el profesional, el que vende, y también el que tiene cinco o diez colmenas para casa», recuerda Bello, alertando de lo difícil que será aflorar los datos reales porque el autoconsumo no siempre está cuantificado.

A la urgencia de mover colmenas se suma el golpe biológico dentro de las propias cajas. «Muchas colmenas no se han quemado, pero todo lo de alrededor se ha quemado. Por lo tanto, tienen que trasladar las colmenas a otro lugar», explica Jesús Manuel González Palacín (UCCL). La respuesta de emergencia pasa por alimentar, sí, pero «la alimentación artificial no es igual que la natural. Las abejas pierden y no es lo mismo», insiste. «A los apicultores hay que tratarles de una forma muy especial, porque hacen una labor tremenda hacia el medioambiente», reivindica.

No hay una cifra oficial cerrada del daño. «A día de hoy no existen datos oficiales», admite Nacho Rodríguez (COAG León), que aun así dibuja el marco de las ayudas y sus límites. «Desde COAG estamos contentos por la rápida respuesta… Pero son insuficientes», concede. Sobre la línea autonómica, concreta: «Un plus de 5.500 euros con 150 euros a mayores por colmena quemada y un máximo de 18.000 euros», que el sector habría preferido convertir en «una compensación real a lo que vale esa colmena, eliminando lo que nos paga el seguro».

Esa sensación de cobertura corta aparece también en el relato de Bello sobre pólizas y valoraciones: «Los seguros no cubren los costes que tenemos los apicultores… muchas de las colmenas que han ardido tenían su producción todavía. Eso es incalculable. Lo que un seguro te valora de la colmena no te cubre ni siquiera la colmena».

Aurelio González (UPA CyL) pone el foco en el largo plazo y en las consecuencias menos visibles. «El problema viene ahora con el estrés, a lo mejor enferman y se pierden también, como pasó en 2022 en la Sierra de la Culebra: se quemaron mil y algo colmenas y luego otras mil y pico se perdieron por eso, por el estrés postraumático», advierte. La pérdida de sustratos de mielatos de roble y encina compromete, además, una seña de calidad. «Se pierde un tipo de miel que es esa miel oscura que a lo mejor no se puede conseguir y habrá que tener miel de floración de otras especies», con el consiguiente riesgo para «recuperar el valor que se tenía en base a la calidad», dice.

En el frente de mercado, el precio final difícilmente recogerá el esfuerzo extra del apicultor leonés si siguen entrando grandes volúmenes de importación. «Dependemos de las importaciones. Ahora viene de Ucrania en cantidades industriales y eso hace que no suban los precios y hace que los apicultores estén pasando peor todavía el trago», lamenta UPA. COAG coincide en el diagnóstico y es explícito con las distorsiones: «Desconfiaría de cualquier miel que no esté en un lineal en torno a los 10 euros/kilo. El país que más exporta miel de toda la UE es Bélgica y no tiene cabaña apícola apenas», denuncia Rodríguez, en alusión a reexportaciones de productos que «no son miel».

Mientras tanto, el suelo ha cambiado. «Hemos perdido la capacidad de producción en determinadas zonas de la provincia», calcula COAG, con horizontes de recuperación muy diferentes: «Dos o tres años en las zonas de brezos y en las zonas de bosque que utilizamos para hacer esas mieles de bosque típicas de la provincia de León estamos hablando de 20 años, 30 años».

Organización

El siguiente capítulo es organizativo. La tensión por los emplazamientos crece cuando muchos apicultores corren hacia los mismos valles. «Cuando se trasladan muchos apicultores a la misma zona van a tener que competir por los mejores sitios», alerta UCCL, recordando además que no todos son trashumantes: «Hay apicultores que las tienen estancas y no las mueven, para ellos es una dificultad muy grande, porque no tienen medios». «El problema es los movimientos de colmenas que hay que hacer ahora, los grandes, las familias que realmente viven de esto, lo van a tener muy difícil porque te tienes que desplazar 50 o 60 kilómetros en el caso de que encuentres sitio», añade COAG, que pronostica un debate ineludible: «Esto va a llevar consigo un cambio de la ordenación apícola autonómica, ya no está acorde a la realidad apícola que tenemos a día de hoy».

Esa reordenación no será sólo técnica: también socioprofesional. «A nivel nacional están apareciendo explotaciones con 15 o 20 mil colmenas y las de 500 que llegan hasta el final. Todo el sector intermedio va a desaparecer», avisa COAG, reclamando reglas «realistas» para un mapa donde León es receptor masivo de colmenas de otras regiones en primavera.

En cuanto a la labor de las administraciones, hay consenso y fricciones. UPA defiende que la Junta «ha sido bastante receptiva» y detalla la línea de choque: «Un apicultor que cotiza en el régimen agrario y ha tenido su zona afectada por los incendios tiene una ayuda de 5.500 euros fijo, y aparte, si tiene más daños en las colmenas, etc., también los puede pedir. Lo cierto es que se necesita mucha solidaridad para no perder explotaciones». COAG, por su parte, pide «lucro cesante» por los años sin producir, un baremo real del valor de la colmena y que se trate al apicultor como al resto de ganaderos cuando se queman los pastos.

En el capítulo de seguros, el reproche es transversal. «Agroseguro tiene que volver a tomar el control de los seguros agrarios y acompañado por las comunidades autónomas. El seguro tiene que cubrir todos los aspectos que pueden pasar a los agricultores, desde los incendios, hasta el robo, hasta las enfermedades. Y nosotros creemos que eso es lo que se debe trabajar. Ahora mismo la Junta de Castilla y León, tenemos que decir que ha sido bastante receptiva a los problemas del sector y se han puesto en marcha una serie de ayudas que yo creo que están bien», destaca Aurelio.

La resiliencia, sin embargo, también deja huella. Bello cuenta el ímpetu de un joven de Oencia —apicultor y castañicultor— al que «le ha ardido más del 80% de su explotación» y aun así «está súper ilusionado por retomar y seguir adelante». El drama, recuerda, no es sólo productivo: son «muchos castaños centenarios» y un paisaje que era economía y cultura.

Futuro

De cara a la campaña de 2026 y siguientes, el calendario será exigente, y muy dependiente de las lluvias. UCCL no se aventura a cuantificar pérdidas, pero lo resume con crudeza: «Son muy grandes y la actividad apícola va a tardar mucho más en recuperarse que el pasto». Pide tener en cuenta, en las políticas, «toda su labor medioambiental» y adaptar las ayudas a las circunstancias de cada explotación.

El manual de prevención también deberá reescribirse con la apicultura dentro. UPA propone medidas de autoprotección y logística compartida: «Pedir al propio sector que tenga los terrenos bien limpios y desbrozados y tener maquinaria para levantar las colmenas de forma urgente en estos casos». COAG subraya que, en general, « si los colmenares están desbrozados y si no ha sido un fuego muy virulento, no se queman», pero que el gran problema ha sido —y seguirá siendo— la inmensidad de la superficie calcinada frente al número de colmenas perdidas: «Se han quemado muy poquitas colmenas para el volumen que hay», avisa.

También habrá que decidir prioridades a pie de explotación. UCCL aconseja hacer números, especialmente en los pequeños: si la alternativa implica alejar demasiado las cajas, «posiblemente no te merezca la pena, hay que hacer un programa adaptado al número de colmenas y la distancia donde tenga que ir». UPA remata con una llamada al consumidor: si se quiere que el tejido apícola se recomponga, «que ayuden comprando la miel tradicional y la miel de nuestros apicultores».

En paralelo al trabajo silencioso de miles de abejas y cientos de apicultores, la discusión sobre ordenación, seguros, ayudas y control de importaciones marcará si León vuelve a presumir pronto de sus mieles oscuras. Porque aquí la clave no es producir más, sino mantener lo que nos hacía únicos. «Con la miel lo que hay que hacer es apostar por su calidad para poder competir, porque no en producciones», sintetiza UPA.

La conclusión que dejan los incendios de este verano en León, leída a cuatro voces, no es solo la de un sector golpeado, es la de un ecosistema productivo que tendrá que rehacerse a ritmos biológicos —y burocráticos— muy distintos. Para Jesús Manuel González Palacín (UCCL), el primer diagnóstico no admite paños calientes: «Ha sido un palo muy grande para la ganadería en general y la apicultura en particular, que se ha quedado sin poder recoger el polen, sin pecorear; muchas colmenas se han quemado y las que no se han quemado se han visto muy dañadas». El daño, advierte, «se va a extender durante posiblemente más de un año», y además con asimetrías: no todos pueden mover sus cajas ni adaptarse a nuevos emplazamientos con la misma facilidad.

Desde el terreno, Begoña Bello (ASAJA León) pone palabras a lo que no sale en las estadísticas: las pérdidas «después» del fuego. «Las colmenas que no han ardido han quedado muy tocadas y se han ido muriendo después», un goteo silencioso que agranda el hueco productivo que deja el verano. Aun así, se han activado redes de apoyo entre profesionales: «En Asturias-León hay muchos socios que han puesto a disposición sus fincas por si los apicultores las quieren», recuerda, aunque el encaje real es complejo por las distancias legales entre colmenares y núcleos.

COAG León aterriza otra idea incómoda: lo que se ha salvado no lo ha hecho por azar, sino por manejo. «Por ley y por manejo, los colmenares están desbrozados, si no ha sido un fuego muy virulento, no se queman. Corre el fuego entre ellos. Los que hemos tenido fuego en colmenares lo vemos», apunta Nacho Rodríguez, subrayando que la gran herida es la superficie sin pecoreo, no tanto el número de colmenas calcinadas. Y cuando toca recolocar, topa con las rigideces del mapa: «Hay asentamientos que están vacíos y la Junta no los elimina», lo que bloquea alternativas y hace más lenta la reordenación que el propio sector considera urgente.

En cuanto a UPA, Aurelio González señala que tras el fuego, lo más duro es reconstruir sin perder tejido profesional ni calidad; por eso reclama prevención real en el monte y ayudas que no se queden en el corto plazo. Advierte del «gran riesgo» de la deserción si a quienes han perdido todo se les exige «otra inversión de otros ciento y pico mil euros», y subraya que «el que vive de eso exclusivamente tiene un problema serio», porque el golpe compromete la continuidad de explotaciones enteras. En la respuesta pública, pide cambiar la gestión de los montes y agilizar los permisos «porque no puede ser que estemos en manos de técnicos que estén alejados de ahí, desde un despacho», al tiempo que reivindica el papel estratégico del sector: «La apicultura es una actividad importantísima y necesaria no solo para que vivamos los apicultores, sino para todo el sector agropecuario y para toda la sociedad».

En suma, los incendios de este verano en León han dejado a la apicultura frente a un doble desafío: un presente sin flor y un futuro condicionado por la climatología y el desarrollo de las campañas. ASAJA, UCCL, COAG y UPA coinciden en el diagnóstico: el golpe real no es solo lo quemado, sino la pérdida de mielatos y floraciones clave (castaño, roble, encina), la mortalidad diferida por estrés y humo, y la necesidad de desplazar colmenares en un tablero saturado y rígido.

La respuesta institucional ha sido rápida pero corta para un daño que exige pólizas dignas, compensaciones por lucro cesante, flexibilizar la ordenación (eliminar asentamientos inoperativos y facilitar reubicaciones) y una prevención activa: limpieza, desbroces y cortafuegos alrededor de colmenares, además de logística para evacuaciones urgentes. El mercado añade presión con importaciones que impiden que los precios reflejen costes y calidad, justo cuando la provincia se juega conservar sus mieles oscuras como seña de identidad.

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