PEÑA LABRA
La proa de la Sierra de Híjar
A la conquista del farallón que vigila los Picos de Europa

Un montañero en plena ascensión al Peña Labra
En el extremo oriental de la Cordillera Cantábrica, donde Palencia y Santander se dan la mano, existe una zona poco conocida, pero excepcional para disfrutar de la montaña en estado puro: la Sierra de Híjar. Y entre sus cumbres brilla con luz propia el farallón rocoso de Peña Labra. Su vecino, el Pico Tres Mares quizás sea más conocido, por ser más alto y por la singularidad de que de sus laderas nacen tres ríos que van a parar a otros tantos mares diferentes: el Ebro en el Mediterráneo, el Nansa en el Cantábrico y el Pisuerga, que tras desembocar en el Duero a la altura de Valladolid, acaba vertiendo sus aguas en el Océano Atlántico. Sin embargo, Peña Labra le gana en carácter. Sus roquedos cimeros asemejan la proa de barco, abrupta y recortada, emergiendo con fuerza en el horizonte, con una figura inconfundible, majestuosa, siempre desafiante.
Nuestra aventura para coronar esta mole rocosa arranca en un lugar con encanto propio: el Puerto de Piedrasluengas. Se trata de un paso de montaña desde el que abandonamos las estribaciones de la Cordillera Cantábrica, para abrir una amplia panorámica sobre los mismísimos Picos de Europa, emergiendo por encima del Valle de Liébana. La parada en el mirador del puerto para inmortalizar las majestuosas vistas es obligada, donde podemos dejar aparcado el coche para iniciar nuestra ruta.
Unos metros más adelante del mirador, cruzamos la carretera y nos topamos con una pista ancha que nos invita a seguir. Apenas cuatrocientos metros más allá, a la altura de una caseta, es el momento de decirle adiós y coger un sendero que, como un cohete, empieza a ganar altura hacia el este. Fíjate bien, unas rocas verticales se quedan a nuestra derecha, como guardianes silenciosos marcando nuestra ruta. El ganado, que por aquí abunda, ha creado mil senderos, pero no te líes: nuestras mejores amigas serán unas antenas que se ven un poco más adelante, siempre rumbo al este. Cuando lleguemos al colladito a la izquierda de la Peña Caballera, donde están las antenas, el sendero nos da un respiro, perdiendo inclinación y dibujando un amplio giro hacia el noreste, para luego volver al este por unas campas deliciosas.
Llegamos así hasta una buena fuente (1,8 km), momento para dar un trago de agua, porque la verdadera subida está por llegar. Después de unos doscientos metros más tendremos que estar atentos. Nuestro camino pega un giro brusco de noventa grados a la izquierda, poniéndose en dirección norte. La muralla rocosa se nos presenta de frente, imponente, pareciendo inexpugnable. Aquí, la clave es seguir los hitos y las sendas entre las escobas, porque si pierdes la traza la progresión será casi imposible.
Llegamos por la fuerte pendiente hasta la base del farallón rocoso y aquí es donde la cosa se pone interesante, con varias opciones para coronar. La primera es una brecha que te exige una buena trepada vertical. Sin embargo existen más opciones. Se trata simplemente de bordear por debajo de los escarpes hacia el este, hasta encontrar una segunda chimenea, que aunque también te hará usar las manos, resulta menos comprometida que la anterior. En cualquier caso, si no quieres complicarte la vida, continúa todavía otro tramo más bajo el cresterío hacia la derecha (este) hasta que la muralla rocosa pierde su altura, en el Portillo de Juan Clara. Una vez alcanzada la zona alta, solamente nos quedará girar a la izquierda (oeste) y caminar por terreno más sencillo los últimos metros hasta el vértice geodésico y la cumbre.
Alcanzaremos así nuestra recompensa: la cima de la Peña Labra. Un balcón espectacular, que nos permitirá disfrutar hacia el sur, de muchas otras cumbres palentinas. La más alta e imponente, el omnipresente Curavacas vigila todas las montañas de su entorno en Fuentes Carrionas. Pero es hacia el oeste donde la mirada se te irá sin remedio, hipnotizada por la majestuosidad de los Picos de Europa, que emergen por encima del valle de Liébana. Un auténtico regalo para los ojos de cualquier montañero.