BURGOS
La llamada de lo ancestral
Las manifestaciones culturales singulares permiten conocer a fondo el alma de la provincia de Burgos / Las citas abundan, de norte a sur, y cualquier época es propicia

El Carnaval y corrida del gallo de Mecerreyes es una de las pocas mascaradas de invierno que perviven en la provincia. Se recuperaba en los años ochenta y su atractivo crece.
El corazón de una provincia late en su tradición, en los usos y costumbres prendidos hace siglos que hoy perviven como rescoldo de fuegos, otrora vivos, que aún reúne a su alrededor a comunidades devotas del terruño y, de paso, atrae con su calidez a quienes encuentran gozo en asomarse al patrimonio cultural inmaterial. En Burgos, sin ir más lejos, las ocasiones abundan. Perviven en sus pueblos manifestaciones singulares de otros tiempos que se revelan, de hecho, la excusa perfecta para descubrirlos. Lo ancestral se convierte así en acicate, por obra y gracia de quienes lo custodian, responsables de mantener encendida la llama de la memoria colectiva, faro incluso para propios y ajenos, empeñados en resucitar lo rural.
De norte a sur, las citas se multiplican y con ellas las razones para recalar en municipios recónditos con una historia, que es la suya, que contar al mundo. Tal importancia -e impacto en el entorno- tiene este legado que las instituciones pelean por conservarlo y difundirlo. Iniciativas como el ciclo de proyecciones y mesas redondas ‘Guardianes de la tradición’ impulsado por la Diputación de Burgos tratan de concelebrar una herencia recibida (gracias al empeño de unos pocos ‘locos’ que tomaron la antorcha de sus antepasados y la portaron con orgullo) y convertirla, además, en un activo para el desarrollo del territorio. Brinda su selección de eventos la pista de lo que, entre tanto, ofrece la provincia y constata que cualquier época del año es buena para adentrarse en sus comarcas y dejarse llevar.
Bien puede arrancar el recorrido en cuestión por un tesoro intangible de reciente reconocimiento internacional: el toque manual de campanas. «Hay relevo», afirma satisfecho el etnógrafo Alfonso Díez, que señala como prueba la labor de la Asociación de Campaneros de Burgos y el empeño, por ejemplo, de Ángel y Verónica de la Torre García en Revilla del Campo, custodios del saber que su abuelo y su padre les regalaron. Allí suenan sus tañidos, que traen al presente modos arcaicos de comunicación.
Del Alfoz a la comarca del Arlanza, apenas un cuarto de hora en coche separa este municipio de Mecerreyes, protagonista por partida doble en tan particular calendario de momentos atávicos. Su mascarada y corrida del gallo del domingo de Carnaval y el posterior canto de las marzas convierten a este pequeño enclave -próximo a Covarrubias, Lerma o Santo Domingo de Silos- en «icono de la tradición», bien por recuperarla «de forma muy auténtica», como es el caso de la fiesta pagana, bien por mantenerla, como en la cita que da la bienvenida a la primavera.
El primero de los eventos es uno de los cinco carnavales tradicionales que se conservan en la provincia. Completan tan exclusivo listado los de Hacinas, El Almiñé, Santa María del Mercadillo y Tolbaños de Arriba, según relata Díez, que en conjunto cubren el mapa de destinos invernales posibles donde a la naturaleza, la calma y el buen yantar, que nunca faltan en estas tierras, se suma una expresión extraordinaria de su acervo cultural.
El segundo, si bien destaca por duración y antigüedad, sirve de muestra de una tradición compartida por multitud de enclaves que «forma parte del ADN del mundo rural burgalés», mucho más íntima que la reseñada anteriormente y que entronca con el sentimiento de pertenencia a una comunidad. No son pocos los que cada año regresan a su pueblo para despedir el invierno al calor de la lumbre. El reto, hoy, en todo caso -en los ya citados y en los próximos- es abrir las puertas a forasteros sin morir de éxito. Así lo advierte el especialista, técnico del área de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Diputación de Burgos, partidario de alcanzar un equilibrio entre el tirón de tales manifestaciones y su protección.
La Nacional 234 enlaza Mecerreyes con el siguiente hito del camino a lo ancestral diseñado para la ocasión. Castrillo de la Reina, en plena Sierra de la Demanda, es parada obligatoria. Las indumentarias tradicionales de sus paisanos, aquellas que lucían en fiestas -«en días de comer fideo», según sus gentes- consagran a este pueblo como emblema. «Fue uno de los que más tarde perdió sus trajes típicos, que además eran de gran atractivo. Conservó su uso hasta los años 60 del siglo XX, lo que hace que haya piezas muy bien conservadas y mucha memoria de ellas, aunque ahora solo se usan en momentos puntuales», explica Díez. La romería de La Muela, que se celebra el domingo de Pentecostés (el 8 de junio este año), es uno de ellos.
Y de Castrillo a Castrillo, esta vez de Murcia. Toca remontar la misma carretera hacia la comarca Odra-Pisuerga. A cobijo de Sasamón, municipio de rico pasado romano, se encuentra esta pedanía que despierta inusitado interés el domingo posterior al Corpus Christi, jornada protagonizada ininterrumpidamente desde 1621 por el Colacho y su salto, ese que bendice a bebés y representa el triunfo del bien sobre el mal. Esta tradición, retratada por fotógrafos de todo el mundo, encarna ese paso de lo cotidiano a lo singular común a buena parte del llamado patrimonio inmaterial. «Antaño nadie quería encarnar al Colacho, que no deja ser un diablo», destaca Díez, y las autoridades tenían que buscar fuera del pueblo o tentar a gente que pasaba necesidad con un donativo para que aceptara. Hoy es casi «un mito» y motivo de orgullo para toda la zona.