Diario de Castilla y León

Descubriendo la dieta prehistórica

La investigadora burgalesa Marta Francés estudia los residuos presentes en recipientes prehistóricos encontrados en el yacimiento de El Portalón para conocer mejor los hábitos alimenticios de los humanos de hace 4.000 años. 

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Publicado por
D.ANDRÉS
Valladolid

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Cuando pensamos en cómo vivían los humanos de hace miles de años se viene a la mente esas imágenes de los libros de texto que muestran grupos de personas alrededor de un animal con rudimentarias hachas y lanzas en alto. Luego cómo evolucionaron para criar y domesticar a esas presas para que fuese más sencillo poder alimentarse de ellas y en un último paso cómo descubrieron que, sin llegar al sacrificio también podían consumir lo que esos animales producían.

Se hace complicado y fascinante a la vez pensar que los restos de aquellos productos que alguien hace 4.000 años pudo consumir o guardar en una tinaja de arcilla, hayan llegado hasta nuestros días.

Lo cierto es que, en el laboratorio sobre Evolución Humana de la Universidad de Burgos, han conseguido analizar los restos del material orgánico en más de un centenar de fragmentos de recipientes cerámicos encontrados en el yacimiento de El Portalón en Atapuerca.

Para ello, cómo explica la Dra. Marta Francés Negro, una de las investigadoras implicadas en este proyecto, han conseguido identificar los lípidos, las grasas, presentes en los restos de estas vasijas y con esa información se ha podido determinar el origen de los alimentos que un día contuvieron. Los lípidos son moléculas orgánicas presentes en la estructura compositiva de cualquier ser vivo, ya sea animal o vegetal, y tienen una característica especial respecto a otras moléculas orgánicas, son poco solubles el agua. Esto hace que su deterioro sea diferente a otras que sí son solubles en agua en un entorno orgánico como es el aire.

«Los lípidos que hemos analizado quedan atrapados dentro de la matriz arcillosa de las cerámicas, ya que en épocas prehistóricas la superficie de estos recipientes era porosa y no estaba totalmente impermeabilizada. Al quedar abandonado ese recipiente en unas condiciones de preservación como las de la cueva de El Portalón, constantes y óptimas, se puede analizar y recuperar restos de hace 2.000 o incluso 7.000 años».

El caso de la cueva de El Portalón es muy interesante para analizar este fenómeno porque su cronología es muy amplia, ya que tiene una secuencia estratigráfica desde el Paleolítico Superior, y ocupación humana desde el Neolítico hasta la Edad Media.

Incluso ha seguido siendo visitada por los vecinos de los pueblos cercanos hasta hace cerca de 50 años, cuando se clausuró definitivamente al público y pasó a ser uno de los yacimientos más singulares de las excavaciones del entorno de Atapuerca.

Precisamente por esa utilización continuada y por las características propias de temperatura y humedad de la cueva, que hace que estén menos expuestas a ciertos condicionantes de degradación, los materiales se han conservado mejor. «Desde hace más de 20 años se han ido recuperando materiales de muchas cronologías y esto nos ha permitido que ahora podamos analizar y trabajar con esos restos», explica Marta Francés Negro.

Este estudio ha servido también para hacer una comparativa entre los restos que se han analizado en los recipientes y las cabañas de animales que se pueden estudiar dentro del mismo yacimiento. De esta manera los datos que se han analizado destacan que la cabaña ganadera básica que hoy conocemos (vacuno, ovino/caprino y porcino) y que se sigue explotando mayoritariamente en la península ibérica, es muy similar a las encontradas en el yacimiento de hace 4.000 años.

«Eso quiere decir que aprendimos a utilizarlas muy bien y las hemos ido optimizando prácticamente hasta nuestros días», según Marta Francés Negro.

Otra de sus conclusiones, tal vez la que más llamativa, es que ya en el Neolítico, sobre todo a partir del Calcolítico, los productos secundarios que se obtienen de la explotación de sus propios animales, como es la leche o la lana, empiezan a tener un papel muy importante. Como explica la investigadora burgalesa, «en el Neolítico, cuando empieza la explotación animal, la presencia de restos lácteos es muy residual, mientras que en el Calcolítico y la Edad del Bronce los residuos lácteos son los mayoritarios. Es decir, en esas etapas la explotación de esos productos secundarios está bien aprendida y optimizada, mientras que en el Neolítico no es así, aunque todavía habría que hacer más estudios para confirmarlo».

Como destaca Marta Francés Negro, es complicado poder determinar qué tipo de producto lácteo consumían, si era leche cruda o ya estaba presente algún tipo de procesamiento, aunque es difícil pensar en productos como los que se pueden encontrar en la actualidad. 

Aún así este aspecto es muy interesante porque lo que se ha visto en otros yacimientos similares al de El Portalón es que, cuando se empieza a explotar la leche como producto, las poblaciones humanas todavía son intolerantes a la lactosa. Además, aparejado a ese mayor consumo de productos lácteos, también se ve una evolución hacia la obtención de otros productos secundarios, como la lana o la cría de animales de carga como vacas y bueyes.

En esta investigación, realizada en el contexto de la tesis doctoral de Marta Francés Negro, además de los investigadores del Laboratorio de Evolución Humana de la UBU, también han participado equipos de investigación del Equipo de Investigación de Atapuerca del Museo Arqueológico Regional de Madrid, de la Universidad Complutense, así como de la Universidad de Ginebra y, principalmente, de la Organic Geochemistry Unit de la Universidad de Bristol, uno de los centros de referencia internacional en este tipo de estudios y que está dirigido por el Profesor Richard Evershed. De hecho, recientemente se han publicado los resultados de este proyecto en un artículo coliderado por la propia Dra. Marta Francés Negro y la Dra. Mélanie Roffet-Salque de la Universidad de Bristol en la revista internacional Journal of Archaeological Science (JCR-Q1).

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