BURGOS
Mi profe de robótica es un androide
El ingeniero Emilio Borja desarrolla pequeños robots con un coste menor al ofrecido a nivel industrial, enfocados al mundo docente y basándose en un ‘software’ libre / Permitirá disponer de un mayor nuevo de equipos para los alumnos
No tiene un doctorado por la universidad más prestigiosa del mundo. Tampoco un currículo repleto de estancias en el extranjero y publicaciones en decenas de revistas de impacto. Ni siquiera le precede una experiencia que le daría para llenar un centenar de páginas de biografía. Y aun así puede convertirse en el mejor profesor a nivel industrial . Está preparado para entrar en acción y regalar todo el conocimiento y la sabiduría que los profesionales han depositado en su particular cerebro. Es un robot con la oratoria suficiente para aportar las claves en un mundo dominado por el secretismo profesional.
Para arrojar luz en ese asunto y, sobre todo, hacerlo sin romper el bolsillo, el ingeniero Emilio Borja ha desarrollado androides enfocados a la docencia y basados en un software libre, que poco a poco va abriéndose camino en la industria. De esta forma, asegura que es posible formar a los futuros profesionales en el uso de la tecnología estándar. «Ya aprenderán más adelante la casuística de cada fabricante cuando les toque, pero el conocimiento de base lo tendrán».
Y es que, según explica, los fabricantes en el área de la robótica , en el afán de proteger sus desarrollos y tecnologías, han ido creando una serie de barreras y defensas para blindarlos al resto del mundo. Escudos como, por ejemplo, protocolos de comunicación únicos, softwares de gestión a medida o lenguajes de programación orientados a su producto. Por este motivo, señala que es «casi imposible» saber cómo funciona por completo un sistema sin destriparlo y estudiar su mecánica, su electrónica y su programación.
Es más, el ingeniero sostiene que analizar esta tecnología es «una tarea extenuante y poco agradecida» , puesto que, insiste, cada fabricante tiene sus propios protocolos y particularidades, y los estándares se diluyen. En esta línea, va más allá y compara la robótica con el mercado de los coches. Comenta que el carné de conducir sirve para manejar un coche sin importar de que marca sea. Ese documento permite conducir un Seat, un Audi o un Ferrari con el mismo conocimiento que se obtiene en la autoescuela.
En la robótica, deja claro Borja, no funciona así. Si yo quiero conducir un Seat tendría que aprender a conducir en una autoescuela Seat; pero si yo quisiera conducir un Audi, tendría que ir a una autoescuela Audi. No le serviría el conocimiento adquirido en una autoescuela Seat para conducir un vehículo de distinta marca.
Al llegar a este punto, asegura que existen muchas dificultades para que la universidad pueda preparar a los alumnos para ese reto. ¿Cómo se sabe con qué fabricante va a trabajar cada uno de los estudiantes en el futuro? ¿Cómo se enseña un estándar? Resalta que la solución, por lo general, la enfocan mucho al software –el ordenador– y poco al hardware, el robot.
Su idea es romper esta tendencia y apostar por robots más pequeños y económicos . Ahora mismo, el ingeniero sostiene que todos los productos que se utilizan en Formación Profesional y en la Universidad son simuladores con un coste unitario superior a los 10.000 euros.
«Esto impide interactuar con el robot, no puedes aprender por prueba y error. Todo se basa en trabajos teóricos que verán su recompensa, tras ser exhaustivamente revisados por el docente, al ver su programa ejecutado una vez en el robot. Y sin tocarlo, claro», lamenta.
Su iniciativa, tal y como expone, permitirá disponer de un mayor número de equipos : pequeños androides y réplicas tecnológicamente idénticas a las ya utilizadas por la industria, que ofrecen la posibilidad a los estudiantes de poner las manos sobre el producto. Un cambio de enfoque que, a su juicio, puede ayudar mucho porque está orientado a la formación, pero basado en la industria. «No tiene sentido enseñar cosas que no se usan en la vida real o que no se puedan aplicar nada más terminar la universidad o el instituto».
Respecto a las ventajas de esta iniciativa, Emilio Borja enumera tres valores diferenciales: tamaño , coste y software estándar . Al tener un tamaño reducido –como un ordenador de sobremesa– se puede sacar del taller. «Si estuviéramos trabajando con un robot de tres metros de alto y tuviéramos que cumplir toda la normativa de seguridad, necesitaríamos un espacio especial. Al reducir el tamaño y su fuerza podemos instalarlo sobre una mesa normal, incluso desplazarlo si es necesario. Nos quitamos de encima el problema de tener un espacio dedicado a ello», celebra para, a continuación, agregar que el coste habla por si solo: si por 10.000 euros podemos tener un robot, por 1.000 podremos tener 10 y distribuir a los alumnos en grupos. De esta manera, dice, tendrán mayor oportunidad de interacción, a la vez que disminuye el riesgo de inversión.
El software estándar es «la clave y la guinda del pastel», ya que, según detalla, se basan en un software ya existente en el mercado y a partir de ahí desarrollan un programa formativo que contenga pruebas, simulación de errores, espacios para programar, etc. En otras palabras, indica que se ahorran la mayor parte del tiempo de desarrollo y se puede salir al mercado de forma más rápida.
La idea nació mientras Borja estudiaba en la Universidad tecnologías de fabricación. En esa materia les enseñaron todo tipo de máquina, si bien las prácticas consistían en programar la fabricación de una pieza en el ordenador. Estuvieron tres meses con esa programación y, al terminar la evaluación, les llevaron uno a uno a la máquina para comprobar cómo el programa fabricaba la pieza. No pudo ver ni tocar nada. De hecho, solo vio un cubo de aluminio al entrar y un bloque tallado al salir.
«Pensé: ¡Cómo me pongan a trabajar con un trasto de estos en mi primer empleo, me lo cargo seguro!» explica Borja.
Una reflexión que no se quedó en su mente. Empezó a pensar en una solución. Ahora ya tiene el proyecto. Su ilusión es que, tras darse a conocer y ganar el tercer premio en la Startup Weekend de Burgos, pueda llenar todas las universidades de Europa con material robótico educativo o les adquiera una gran empresa que vea el valor de estos productos y quiera continuar con la labor.
De momento, Borja busca un centro educativo que quiera embarcarse en esta aventura y se ofrezca a trabajar con el primer proyecto. Con este paso, manifiesta, lograrían un feedback activo para seguir mejorando el robot. Además, n ecesitan con urgencia un colaborador industrial , un fabricante que ya use este software libre para que se puedan apoyar en su tecnología para abrir un mercado nuevo y ajeno al suyo.