Un mar de tejas bajo el cielo plomizo
Desde mi ventana se oye el ruido de las obras de un edificio de la plaza . Su puntualidad, cada mañana, deja la fama de los ingleses en el simple cliché que es y el molesto trajín de los últimos meses se ha convertido en una melodía de esperanza. Superada la fase más dura del confinamiento, se agradece recuperar algunas escenas cotidianas. Falta mucho, pero algo es algo.
El silencio , a veces, es atronador . Por eso, en estos momentos las voces de los operarios y el incesante sonido del taladro eléctrico hacen un guiño a la normalidad en estas semanas confusas.
Digo que se oye porque ver, lo que es ver, poco. Bueno, se puede contemplar el mar de tejas que dibuja el contorno de las construcciones más cercanas. Cosas de un ático abuhardillado. Muy ‘cool’, muy ‘top’ y muy ‘urban’ , pero nada recomendable en tiempos del coronavirus.
La necesidad de libertad se acrecienta cuando solo el cielo es la única vista decente y no hay un triste balcón en el que dejarse acariciar por el suave airecillo burgalés. A veces irrumpen pensamientos sobre por qué diablos no elegí una casa con jardín que tampoco me podía permitir. Y llegada esa conclusión no hay mucho más que analizar.
Son días extraños , desde luego. Encerrado en casa viví hace poco mi cumpleaños, una fecha que nunca olvidaré y que disfruté a mi manera gracias a la ayuda de la tecnología. Esta cuarentena tan incómoda como necesaria deja momentos curiosos y pone a prueba la paciencia del que no aguanta una mosca en la nariz.
No queda otra, aunque el remedio implique no ver a tus seres queridos (y por qué no, a los amigos) durante una larga temporada. Tocó brindar con el ficus y charlar con el sofá , a pesar de lo que pudiera pensar la puerta y de que acabara subido por las paredes por las ganas de escapar.
Quién nos iba a decir que tocaría vivir una situación así. La realidad siempre supera a la ficción , pero no siempre resulta tan entretenida como una película. Para muchos, esta historia solo es aburrida y esa es -sin duda- la mejor noticia. Ojalá no hubiera que lamentar ni una sola muerte más ni haber llorado ninguna pérdida.
Hay días a días, máxime cuando estás solo. Estás preocupado por los tuyos, por la gente que te rodea y por la situación en general. Te sube un escalofrío chungo cuando piensas qué pasará a partir del día después y cuánto tiempo tardaremos en recuperar la normalidad absoluta.
Mal hecho. Esa espiral de incertidumbre y duda solo conduce a pensamientos negativos . La respuesta a la gran mayoría de interrogantes no depende de nosotros y ya cruzaremos esos puentes cuando toque. Ahora solo queda salvar el día a día, adaptarnos a la realidad del momento y refugiarnos en los puntos fuertes que nos permitan despegar cuando tengamos luz verde.
Ay, la rutina . Tan menospreciada por la hipermodernidad y tan valorada en una situación así . Ahora mismo apetece, incluso, cubrir un partido copero entre semana y a las mil y monas con una buena prórroga que llevarte al cuerpo para retrasar aún más el final de la jornada laboral. ¡Qué narices! Echo de menos de todo.
Quiero volver a San Amaro para hacer un pésimo ejercicio de contención de nervios cuando juega el Aparejadores. Quiero contar que al final se metieron en play off, al igual que un San Pablo ilusionado con su presencia en la aplazada final a ocho de la BCL.
Quiero hacer cuentas para ver hasta dónde puede llegar el Burgos si gana este partido y pierde aquel rival. Quiero escribir que el Servigest ascendió, que el Cïrculo acabó con los mejores y que el Burgos TM volverá a jugar en Europa . También quiero vivir en primera persona cómo el Balonmano Burgos da el salto de categoría como local y que el UBU Tizona fue a más a la fase final para volver a LEB Oro cinco años después.
Todo eso deberá esperar . O, al menos, no sucederá como debía haber ocurrido. Ojalá salga todo bien, pero ahora mismo solo hay incertidumbre y preocupación. El deporte, al igual que el resto de la sociedad, sufre y se prepara para capear el temporal en el peor escenario. Y lo pasas mal por aquellas personas que has conocido en esta bendita profesión, buena gente que dedica su esfuerzo, su ilusión y su dinero por unos proyectos que ahora mismo penden de un hilo después de tantas horas invertidas de trabajo y desvelos.
Para colmo, resulta casi obsceno pensar en ello cuando muere gente cada día y cuando tantos se exponen en primera línea para controlar esta maldita pandemia . Cada uno vive su realidad y su momento. Y, desde luego, la perspectiva se vicia cuando llevas cinco semanas encerrado en menos de 70 metros cuadrados abuhardillados y solo sales para hacer la compra de ciento en viento.
Como comentaba antes, me asomo a la ventana y no veo un cagarro . El cielo anuncia tormenta y tampoco ayuda. De hecho, debo apoyarme en la pata de la cama para asomar la nariz a ver si me da un poco el aire en la cara. Mientras, una paloma se posa en una teja y la imagino alucinando con las calles vacías.
Por suerte, me llevo bien conmigo y no me agobia la soledad. Lo que se lleva peor es no poder hacer mi vida. Mi sosa y normal vida. La extraño.
Al menos, la espera se hace menos dura cuando han tenido que pasar 33 días de confinamiento para escuchar Resistiré . Ni tan mal. Hemos sido afortunados hasta ahora, a pesar de que una vecina asome la gaita cada día a las 20,00 horas para protestar porque nadie aplaude en este barrio. Ella sí se ha alegrado cuando ha sonado la cancioncita de marras y, por sus aullidos entrecortados, deduzco que se ha marcado un baile improvisado.
Cada uno tiene su estilo y su forma de hacer frente a las circunstancias porque esta crisis, aunque no hará excepciones, sí castiga (y castigará) de forma diferente a unos y a otros. Personas que han perdido a sus seres queridos, miles de familias afectadas por la situación laboral, la preocupación de empresarios y autónomos, convivir muchos en poco espacio, la paciencia de los niños… cada persona tiene su historia. Algunas ponen los pelos de punta y sobrecoge pensar en los que no están.
Hablo con una amiga. Es autónoma y regenta un pequeño negocio. Habla de reinventarse, de no descartar ninguna salida en un futuro próximo porque pintan bastos. Tras comprobar que ambos estamos bien, se asume que tanto tiempo para pensar deja abierta la puerta al miedo y no hay que atravesar ese umbral.
- Me alegra verte animada.
- ¡Qué remedio! Los días se hacen más largos si te quedas en el sofá haciendo un ovillo.
Pues también tiene razón.
A todo esto, le prometí al preparador físico del San Pablo que seguiría sus ejercicios para empezar a moverme. Ha pasado más de una semana. Voy a abrir una cerveza mientras procrastino otro rato. Pequeños placeres y más ahora que empieza a llover.