TIERRA ADENTRO
San Consta
QUE CONSTE que, de constar, me constaría más hacer constar lo que pasa en este mi país llamado España. Pero prefiero que no me conste. Me cuesta constar. Pero, que conste que me duele como una gigantesca muela del juicio perdido y lo siento, y lo sé, porque me consta que sacarla va a costar mucho dinero y bastante jaleo. Eso sí, no me consta ni dónde, ni cómo. El quién y el cuándo a todos nos consta. Pero, perdón por la reiteración constante, adelanto ya que me consta que el asunto pinta feo. Pero, como soy consciente de que, por mucho que conste, no va a constar la verdad porque constantemente se diluye en la inconstancia, entonces prefiero, en este momento, hablar de los santos. Sugiero San Consta, San Mazón y la Santa Compaña. Lo dicho, prefiero hablar de los santos. De los demonios será en otra ocasión pues, como a todos os consta, se coge antes a un mentiroso que a un político cojo. Viva España y viva el Rey. Quede claro que no olvido que ciertos demonios vuelven a la carga, vapulean y agreden a periodistas. Compañeros. Increíble el silencio de los corderos en algunas redacciones. Ya no quiero hacer constar más porque no lo recuerdo bien. Pero, por si acaso, preparo chaleco, escudo, casco y una estampa de la virgen en el bolsillo por si tengo que ir a alguna rueda de prensa. Que no me consta que tenga que hacerlo. O sí. Iremos viendo. El caso es que, si me pongo a recordar, ahí sí afloran recuerdos, verdades y dulces secuencias de aquellos años felices de la niñez. Tiempos en los que el frío era frío, el chocolate un lujo y un placer y un bocadillo de pan con chorizo, un acto de reafirmación gastronómica. Sin discusión. Me estoy haciendo mayorín a zancadas. Sin remedio. ¡Ay! Qué tiempos aquellos que comíamos sin trampantojos, ni deconstrucciones ni colorines en el plato. Naturalmente blanco y redondo. Hondo y llano como toda la vida de Dios. Hoy estamos sentados en una mesa con vajilla desconcertante y desconcertada esperando que nos traigan un revuelto de texturas, matices, colorines y verborrea ininteligible para que disfrutemos de este momento histórico del fenómeno gastronómico social, culto vanguardista y tal y tal. Por cierto, ya está finiquitado y comienza el principio del fin de la vanguardia. Se la está comiendo la realidad. ¿Y a qué viene esto, se preguntarán? Pues a que no nos enteramos de lo que nos dan de comer nuestros gestores. Recuerdo aquella pregunta de Emperador, un viejo periodista palentino, que contaba que una vez un turista le preguntó a un chiguito en un pueblo terracampino cuál era la gastronomía de su pueblo. Y le contestó: la miseria. Eso mismo pienso de todo lo que nos tenemos que tragar. Viva España y Portugal.