Diario de Castilla y León

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LOS PARAJES de Castilla y León se han vestido de otoño, y por eso al recorrer el inmenso territorio de nuestra comunidad autónoma me emociono contemplando los colores que atavían una naturaleza que se ha ido transformando a lo largo de los siglos; y de que esa naturaleza -que fue diseñada y trazada por los seres humanos que nos precedieron- siga amparando y custodiando la esencia que la hizo diferente. La naturaleza otoñal de Castilla y León contrasta con nuestro patrimonio histórico y artístico, porque se ha sabido incrustar e incluso mimetizar en cada uno de los paisajes humildes que bosquejan lo que hoy somos, y en cada uno de los pueblos que palpitan cerca de la humildad y la memoria. Pues los bosques y sus matices primarios convergen en un extenso rito de colores que se van desangrando y desmayando al convertirse en oro envejecido, en ocre, en amarillos y en granates. Son bosques centenarios que se nutren de humildísimos ríos que discurren sobre un cauce lejano y que disuelven los misterios ocultos de esta tierra. El otoño es contraste y mansedumbre. Es sumisión holgada que adivina los fríos seculares del invierno. Es el terco silencio de los campos, esperando impacientes que nazca el cereal, que reverdezca todo con la humedad ansiada y primeriza del rocío fecundo que cohabita con el relente antiguo y con la niebla...

El otoño es la magia que se aferra a distintos lugares que estremecen todos esos espacios que se hacen infinitos, que otean espadañas de míseras iglesias y viejos monacatos, de austeros palomares con muros de tapial y con leyendas que acunan la pasión de nuestros ritos… es la espiral que brota en un milagro, es la febril mirada que descansa donde la nada sueña, desparramando pueblos que encandilan a quien sabe rezar y detenerse a contemplar las cosas... el otoño es el rojo de las vides que contemplan las márgenes del Duero, es Maragatería, la densidad de El Bierzo más frondoso, del legendario Valle del Silencio, la austeridad sagrada que vive en La Moraña, en los valles del Tiétar y del Tormes.

El otoño nació en Las Merindades, en Babia y en Omaña, en la Tierra de Campos, en el cercano Campo de Gomara, en Tierra de Pinares, El Cerrato, Las Hurdes en Sanabria y La Cabrera...se posa en las encinas y en los robles que aturden tardes muertas entre el fuego de un horizonte yerto en los rescoldos. El otoño es la fiesta del color, el olor a castaños y magostos, la fe de labrantíos que dibujan un cromatismo lleno de infinitas especies vegetales. El otoño acomoda el laberinto por ser una estación que se desnuda. Hoy Castilla y León celebra un culto que ha de anotar mensajes venideros porque el otoño aturde los quejidos del viento entre los árboles sin hojas.

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