Diario de Castilla y León

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IMPEPINABLE. DESDE la prehistoria, aquí cada tirano crea su relato, su verdad, sus dogmas, su prole esclavista que incluye a filósofos como Aristóteles o Platón, su sociedad en régimen de esclavitud, y sobre todo sus métodos cruentos y estilísticos para acabar con cualquier disidencia. Una historia inabarcable. Nerón, por ejemplo, los suicidaba o los crucificaba. Un emperador supersticioso como Adriano –tan novelado por Marguerite Yourcenar con una idílica humanidad–, el 18 de Julio del año 138, asesinó a una tal Sinforosa y a sus siete hijos porque, según su oráculo, le habían echado mal de ojo, y esto era intolerable en la saga de los que llaman «emperadores buenos». Joder con la bondad.

Tras esta breve introducción, llegamos al tirano Sánchez como un prodigio caído del cielo. Qué sé yo… como si a lo largo de la historia no hubiéramos aguantado en España a un montón de tiranos; como si no hubiéramos liquidado a unos cuantos, para suplantarlos por otros mucho peores; como si no hubiéramos legislado lo suficiente, desde la Edad Media hasta nuestros días, para saber qué es un tirano; y como si hubiéramos olvidado lo más importante: ¿qué hay que hacer con un tirano cuando atropella el bien común como establecieron los creadores del derecho de gentes en Salamanca? Pues dijeron algo muy elemental y clarísimo: hay que acabar con él por las buenas o por las bravas.

Tarea casi imposible en una democracia de birlibirloque como la española, y con una dictadura progre que ha vandalizado hasta el aliento. Para mover ficha hay que dialogar hasta el infinito con el hermano lobo, con el admirado asesino, y con la idolatría por el ladrón a destajo. Han cambiado las reglas del juego democrático: el bien común lo ejercen ahora estas tres minorías en cuerpo místico y legal con el tirano. Conclusiones prácticas siguiendo la doctrina de la tiranía reinante: primera, declarar a los padres del derecho de gentes y de los derechos humanos, fascistas recalcitrantes, y llevarles al paredón sin más clase de juicios; segunda, e inamovible: fuera del tirano Sánchez no hay salvación. Fin.

Ante lo inevitable, la pregunta del millón que se formulan ahora la España invertebrada, la Europa de la inmigración bombón, y el universo democrático que siempre está en babia. ¿Cómo es posible que un hombre de la catadura moral de Sánchez –un sujeto de abismales mermas psiquiátricas, un putero enfermizo hasta caer en el proxenetismo más obsceno –según las últimas investigaciones–, un ladrón compulsivo que todo lo que no es suyo quiere poseerlo como un Midas nigromante, un mentiroso de rodapié que en una frase compuesta te lanza cinco trolas constrictoras y salvajes, y un corrupto totalitario y totalizante–, haya doblegado a la nación más vieja de Europa con un simple y chulesco levanta pesos?

Nadie lo entiende. Pero el milagro o la suerte tienen su quid. Después de la Logse, en España pocos encajan las entendederas, un suspenso de un sobresaliente, una verdad de una mentira, un raciocinio de una burrez. Como sucedía en la granja de Orwell, aquí todos los animales son ya de cuatro patas. Un paraíso turgente en plastilina polimérica para cualquier tirano. Y digo para cualquiera, porque también para este oficio corruptor las exigencias políticas y los conocimientos elementales sobran. Ahora, un tirano como Sánchez no es más que es el pirulí de la inteligencia artificial, un retroceso en la evolución de la raza, un lector automático en una pista de patinaje que se conforma con lo más elemental de un whatsApp: poner un emoticono, y vas que chutas.

Pero no simplifiquemos. Algo original tendrá Sánchez para haber llegado a la cima de la tiranía sanchunera, y mantenerse en ella sin importarle que las cuentas no salgan porque una corrupción galopante se está llevando por delante todas las cosas «chulísimas» de un gobierno en pan i co. Pues nada original. Ha tenido la suerte del oportunista que, casualmente, ha dado con un concepto mágico del XVI que culminó en el XVIII, llamado «progresismo», que ha obnubilado a la sociedad española y a la política anquilosada del cangrejo. Concepto que, hábilmente, ha envuelto en una palabra asombrosa y marcial: «ultra». Es decir un latinajo que significa más allá de… y que en español se usa desde el siglo XIII, que manda huevos la cosa.

Como un tirano de saltitos con garrocha, Sánchez ha conseguido –o eso pretende hacer con todas las leyes a su servicio para barrernos del mapa– que todos, menos él y su Frankenstein o ventanilla a cobro revertido, seamos radicalmente ultras: de ultra derecha, ultra conservadores, ultra gilipollas, ultramicrobios, ultraviolados, ultra saqueados, y básicamente, si Dios no nos echa una mano –Francisco I era un fervoroso sanchista, a ver qué pasa con León XIV–, ciudadanos de ultra tumba a todos los efectos. Podemos decir con propiedad que Sánchez es el divulgador del ultraísmo zurdo en política. Ojito, no confundir con el ultraísmo de Vicente Huidobro como creación que buscaba fantasías literarias, libérrimas e inofensivas. No señor.

El creacionismo de Sánchez es de una rotundidad tiránica radical. En puridad, lo suyo, categóricamente hablando, va mucho más allá del ultraísmo, y de lo ultra como arma política. Lo suyo es la ultranza –algo a muerte que definió Ortega en El espectador–, pero llevada a su extremo más drástico que es la ultra ultranza. Es decir, la unidad de fuerza máxima por la que un tirano nos deja a todos desplumados en las calderas de Perico Botero. Lo indecible ha sucedido: Dios se ha rendido, y nos ha dejado en la creación ultra ultranza, en un zaranultraul per in sécula y en culorum. Delenda est tyrannía.

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