Manuel Cachafeiro

El periodista Manuel C. Cachafeiro
La muerte de de un periodista como Cachafeiro nos disminuye a todos. Por eso no preguntéis por quién doblan las campanas. Una de las inigualables virtudes de Cacha era la simplicidad como estrategia y técnica informativa. Entendía, como pocos, que el costumbrismo no era asunto decimonónico en materia periodística ni formaba parte sólo de la nostalgia de una antología de Larra. Estaba en plena vigencia en la prensa de provincias. Por eso, entre otras cosas, los corresponsales de pueblo siempre formaban parte de su engranaje favorito. Él, que empezó en el oficio como corresponsal de pueblo y así aprendió, desde los cimientos, la nobleza de contar y el engranaje de un periódico provincial. Y lo que es más importante, el gusto del lector por los acontecimientos que le rodean. Cacha veía donde el común de los periodistas no miran. La información no sólo hay que interpretarla, también hay que entenderla. Pero esencialmente hay que comprender al lector y saber de sus apetencias. Y Cacha sabía lo que leía la gente. Fundamentalmente porque le gustaba acercarse a la gente e indagar en qué página se detenía a leer con devoción el jubilado o el funcionario en el bar de abajo. Los acontecimientos están repletos de vértices y el secreto del periodismo reside en indagar en sus pormenores, no en pasar sin pasar como trituradoras de textos indolentes y sin sustancia. Esa era la perspicacia de Cacha, fundamentada en su ingenio, su genio y su imaginación, la que le llevó a pintar el ruedo y coleccionar unos belenes, que guardaba como oro en paño. Inquieto, la muerte le sorprendió sin pretenderlo, a orillas del periódico en la Ponferrada que había adoptado como segunda patria. Con Cachafeiro se va un tipo tremendamente entrañable y una forma de entender al lector que no está al alcance de las redacciones actuales. Ya está con sus admirados Ángel Pablos y Antonio Garay, periodistas de pueblo, también. Nos queda la pena y su ingenio.