Al borde del colapso
Quien haya viajado por la autovía AP-1 en cualquier fin de semana o en un puente festivo no necesita cifras ni informes técnicos para entender que esta antigua autopista ha agotado hace tiempo su capacidad funcional a su paso por la provincia de Burgos. Los atascos, tan frecuentes como interminables, los tiempos de viaje que duplican los previstos ante cualquier incidencia y la impotencia de los conductores atrapados en medio del paisaje burgalés son una estampa habitual, que retrata con crudeza la realidad de una infraestructura estratégica que no está a la altura del papel que desempeña. La AP-1 no es una carretera secundaria sino uno de los grandes ejes vertebradores del norte de España, que une el País Vasco con el centro de la península atravesando Burgos y sirve, además, como enlace directo hacia Francia, por lo que constituye en una ruta esencial para el transporte de mercancías, el tráfico logístico y la movilidad general de una parte significativa del territorio nacional. Y sin embargo, transitarla en determinados momentos es hacerlo por una vía saturada, sin opciones de escape, sin salidas intermedias suficientes y con escasa capacidad de absorber imprevistos. Cuesta creer que hasta hace bien poco ésta fue una autopista de pago. Las retenciones que se producen en fechas señaladas no son una anomalía puntual: son el síntoma de un problema estructural. La carretera no tiene más margen para absorber el crecimiento del tráfico y su diseño original ha quedado obsoleto frente a las nuevas demandas de movilidad. Ni su trazado, ni su número de carriles, ni la disposición de sus accesos están preparados para un volumen de vehículos que no deja de aumentar. Y eso convierte cada viaje en una incógnita y cada desplazamiento en una posible pesadilla. Se han anunciado planes, proyectos y estudios. Se ha hablado de nuevas salidas, de ampliaciones, de inversiones millonarias. Pero mientras tanto, el tiempo sigue pasando y la AP-1 continúa cada día expuesta al colapso. Quienes utilizan esta vía de forma habitual necesitan respuestas concretas, no promesas aplazadas. A mayores, la situación que se vive en la AP-1 no es solo un problema de tráfico. Es un reflejo de cómo se gestionan, se postergan o se priorizan determinadas infraestructuras en función de criterios que rara vez tienen en cuenta a quienes las padecen en el día a día. Burgos, punto clave en este corredor, no puede seguir siendo ignorado en esta ecuación. La mejora de la permeabilidad de la vía, la incorporación de nuevas salidas y una ampliación real y efectiva no pueden seguir figurando en el capítulo de intenciones. Deben pasar, con urgencia, al de las decisiones. Se trata de dotar a esta vía de la funcionalidad que su importancia estratégica merece. Porque cuando una autovía deja de cumplir su papel esencial, no solo se paraliza el tráfico: se ralentiza el desarrollo de todo un territorio.