El tiempo pone a Tudanca en su sitio

Luis Tudanca
El tiempo, ese juez inquebrantable que da y quita razones, acaba poniendo a cada uno en su sitio. Al más longevo jefe de la oposición que ha conocido la política de Castilla y León, y seguramente de la reciente historia de España, Luis Tudanca, lo ha situado en el espejo de su propia hipocresía. Se hartó de decir con su siempre ánimo moralizante, propio de un acomplejamiento digno de estudio, que él elegía estar en Castilla y León en la política, pudiendo haber elegido destinos más cómodos. No hay destino más cómodo en la política hispana que el del Senado, que es la plaza que el propio Tudanca mercadeó con Pedro Sánchez en la tarde del pasado 4 de enero a cambio de no llevar el partido al conflicto de las primarias y abrir el camino cómodo de la sucesión a Carlos Martínez Mínguez. Tudanca ya es historia de la política autonómica por mérito y decisión propia.
Decidió, con su sumisa decisión ante Sánchez y Ferraz, silenciar la voz de la militancia que con tanto falso heroísmo histriónico reclamó tras aquel convulso comité ejecutivo autonómico en el que pretendió articular los tiempos congresuales a su antojo para concurrir a una nueva reelección sin contrincantes y así poder seguir parasitando en la oposición de las Cortes a razón de más de cien mil euros al año, sin apenas pisar el puesto de trabajo.
En la tarde del ayer, en el hemiciclo, por el que pisaba lo indispensable desde que en 2019 fuera otra víctima de los engaños de Igea, pese a ganar las elecciones, con un aplauso cínico le despidieron muchos de sus compañeros, especialmente los que le desalojaron a él y su equipo de la dirección del grupo socialista.
Ha sido incapaz, como tantas veces, de ser coherente con la dignidad y la ética que tanto predicó para el resto, pero tan escasamente se aplicó a sí mismo y a su grupo de palmeros, entre los que se cuentan dos acusados por violencia de género y abusos a menores. Todavía no ha dicho ni Pamplona sobre esos dos casos tan repugnantes que han jalonado el actual mandato legislativo. Cuando ocurrieron tardó en reaccionar, sólo lo hizo cuando la actualidad y la información lo acorraló, y lo hizo desde la distancia y parapetado en las intervenciones de otros.
Ahora se va al Senado y esa es su peor condena política. La de asumir la puerta giratoria que le garantiza un sueldo político. Otro más de los que ha encadenado y que cincela toda su trayectoria profesional y laboral. Hubo un Tudanca que llegó con aire renovador y talante dialogante en un PSOE resquebrajado tras el paso de Óscar López. Un Tudanca humilde y accesible. Pero su terrible victoria de 2019 que le llevó a no gobernar y sirvió para apuntalar a Mañueco cambió su humildad por arrogancia y ensimismamiento. Y a partir de ahí su deterioro externo e interno fue imparable. Todo esto sólo confirma esa máxima de que el poder desgasta, pero la oposición pudre. El apagón político de Tudanca cumple más de un lustro, que se le ha hecho tan innecesario como pesado.