Diario de Castilla y León

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Hace más de treinta años, el 24 de marzo de 1994, Mario Vargas Llosa, fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua. Tomó posesión el 15 de enero de 1996 con el discurso titulado “Las discretas ficciones de Azorín”. Le respondió, como marca el protocolo, en nombre de la institución, Camilo José Cela. Su reconocimiento como maestro de la escritura no solo se circunscribió a su país natal, Perú, sino que alcanzó altas posiciones en la vida social del mundo occidental, consiguiendo el Nobel de Literatura en 2010 y su inclusión en la prestigiosa Academia Francesa en 2021, primer escritor de habla hispana en adquirir este galardón. Fue amigo de Gabriel García Márquez, con el que mantuvo una gran amistad hasta que se rompió. Parece ser, según comentan algunos de sus biógrafos, que el desencuentro no fue de corte político, ni literario, sino de tipo sentimental. Mario propinó a Gabriel un puñetazo por el acercamiento con su mujer Patricia Llosa. Cosas de la vida.

De finísima y vasta cultura, las primeras obras de Mario, además de construirse con una narrativa melódica y atractiva, giró en torno a las dictaduras militares latinoamericanas de la segunda mitad del siglo pasado. Crítico mordaz con todas ellas y después de pequeños coqueteos con movimientos comunistas, se convirtió en un férreo defensor de la libertad y de la democracia. En los últimos años se le ha conocido más por su relación sentimental con Isabel Preysler, diva de la prensa del corazón, que por sus escritos, trabajos y columnas, labores todas ellas que no ha dejado de desempeñar con brillantez, denuedo y disciplina.

Mario lo ha sido todo en el campo literario. Sus lectores han disfrutado de su prosa, de sus historias, de su desbordante imaginación. Tenía una conexión especial con el público al que se dirigía. Conocedor de la naturaleza humana, describía las relaciones como nadie. No había personas malas o buenas en estado puro, sino que sus personajes eran poliédricos, versátiles y, muchas veces, complejos y contradictorios. Narraba las miserias y heroicidades con soltura. Sin embargo, condenaba con contundencia todo aquello que tuviese relación con la opresión de las ideas y con las manifestaciones de injusticia. No soportaba la vulneración de los derechos humanos independientemente del color del gobierno que la promoviese y permitiese. Echaremos de menos su manera de escribir y de expresarse en la palestra pública.

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