Diario de Castilla y León

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A PARTIR DE HOY lunes, día de Reyes, podríamos dar por concluidas las Navidades –y esto sin ofender a los que piensen lo contrario–, y sobre todo las felicitaciones interminables del Año Nuevo que se parecen a las risas del diablo de las que nunca se harta. ¡Hala!, felicitaciones para todo y por todo: para llenar el depósito de gasolina, para encender la calefacción, para ir a la compra con cien euros y volver a casa con un famélico chicharro de barril, o para comerte las uvas de alondra en el mercadillo de las televisiones del futuro.

Tanta felicidad impostada, y subastada por parte de los políticos a todas las horas y en todo tipo de medios, nos ha llevado al cansancio y a la desgana como un desafío en topless. Por mucho que quieran venderlo como un magnífico hallazgo, la verdad es que lo bueno, si es mucho, harta, y lo mucho, si es demasiado, te liquida en la cuneta de las vanguardias. De tal manera es así, que escuchas el feliz año y el próspero año nuevo hasta en el borde del inodoro como… como si palparas una protuberancia con audífonos.

Pero acerquemos un poquito la oreja antes de que desaparezca esta marea oceánica entre peladillas y artificios pirotécnicos. ¿Qué decir de las campanadas de media noche al vuelo, despidiendo al viejísimo 2024 que olía a corrupción galopante, y dando paso al novísimo 2025 como si fuera una apelación constante a un concurso de acreedores en desahucio? Pues qué quieren que les diga… que esta felicidad forzada suena a juramentación de la Revolución francesa cuando decían aquellos curas «colgaos» al borde de la guillotina: «hermanos, juremos que seremos felices».

Esto que decían entonces unos curas desesperados –que aún conservaban alguna capacidad para seguir ejerciendo el derecho de pernada–, lo repiten ahora mismo unos políticos ateos –los que integran el nuevo clero de la apostasía progre y frankensteiniana– como una realidad machacante que, por encima de todo, quieren seguir jugando al tute con la felicidad cual bocatti di cardinale. Échense a temblar: para este año ya tienen «un plan de acción para la democracia», ha proclamado el ministro Bola-ños nada más estrenarse el Año Nuevo.

En topless o en bolas –y perdonen esta metáfora congelada que se llama así porque no se piensa como tal metáfora sino como una identidad lanzada al buen tuntún entre A es B–, estos bolivarianos tienen un proyecto futurista: hacernos un sándwich a la inglesa. Como aquellos diputados en bolas llamados Wilkes y Sandwich –A es B–, y que se odiaban a muerte. En el parlamento de Westminster, el inventor del sándwich moderno, le soltó a su mortal enemigo esta profecía en bocadillo de anchoas: «Wilkes, usted morirá en el patíbulo o de sífilis». A lo que respondió el agredido: «Bueno, mi lord, eso depende si abrazo sus principios o a su amante».

No le den más vueltas que estamos en las mismas: o abrazamos al sanchismo o a Begoña, A es B. Televisivamente al menos, y a la hora de repartir felicidades a destajo y aguinaldos en Año Nuevo y en Reyes, la cosa es más que evidente: los televidentes españoles estamos en bolas o en topless entre Sandwich & Wilkes, Sánchez & Begoña, el Fiscal General & Azagra.

Es un decir con una sutil diferencia. Los políticos ingleses en el siglo XVIII se lo decían todo a cara de perro en el parlamento para hacer política de la buena. En cambio, los políticos españoles se lo dicen –nos lo dicen– en el cucutrás de la televisión para disimular que hacen política de la peor calaña. De hecho, el tirano Sánchez, ha suprimido el Congreso de los Diputados y el Senado.

Así que en España sólo nos queda la caja tonta de la televisión para confrontar políticas, como comprobamos en Noche Vieja con el ceremonial surrealistas de las doce uvas con las 12 campanadas: A es B. ¡Qué unanimidad de tragaderas, qué contabilidad tan exacta en el ajuste preciso de la felicidad con el reloj a las 12 en punto de la noche! ¡Qué atraganto democrático más a lo tonto! ¡Qué espectáculo tan grotesco que imparte incluso normativas eficaces para que las uvas rueden por el esófago de los españoles como diamantes sin aristas!

Pero esto no fue lo más irrisorio del caso. Lo realmente caricaturesco es que seis días después seguimos enzarzados hablando de los índices de audiencia en torno a la bufonada del Broncano y de LalaChus, y de la mamarrachada de la Pedroche, como si habláramos del sexo de los ángeles o de los abrelatas del Titanic. Lo del dúo de TVE –y no busquen efectos de doble fondo–, no es más que un encaje perfecto del Manual de resistencia de Sánchez: una extensión ideológica para desplumar a los gansos del capitolio, una publicidad bien pagada para hacer inversiones de enero a diciembre del 2025, y un suplemento exento de IVA.

Lo de la Pedro-che en la Tres –no me tiren de la lengua que hoy la tengo muy delicada–, se parecía a eso que llaman en Chile un catimbao. Es decir, una persona ridículamente vestida con pomposidad desvaída. Pliegues y más pliegues, y mucha cordelería para sujetar el pavoneo. Y todo ello para acabar en topless o en bolas –A es B– en la puerta de cualquier industria láctea. Por favor, señores…

Conclusión: es cierto que hay «un plan de acción para la democracia», y que ante esta amenaza ejecutiva del sanchismo estamos los españoles en topless o en bolas: A es B o tanto monta monta tanto. Y si no vean: desde el día uno han subido todos los IVAS menos el de los titiriteros y el del coche eléctrico. Todos los demás –luz, alimentos, pensiones, transporte, la «cuota de solidaridad», las plusvalías municipales, y la exaltación sanchuna de la mano de Franco– se disparan. Un arreglito para una cabalgata en bolas.

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