Diario de Castilla y León

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MAL EMPEZAMOS con tanto punto suspensivo como título. Esos punticos no son más que una gaita cibelina, un suspense del habla ante una imponente barbaridad o ante una maravilla descomunal que te deja sin respiración. Nada que ver con el hecho de estar mudo o no decir nada, como pretenden los políticos de la sanchunidad totalitaria. Así que entremos al trapo de esta Navidad –la más cara y falaz de la historia–, que todo lo reduce a cestas con jamones, y a premios gordos como los de ayer. Y todo ello pasado por un trampal democrático sin precedentes.

En primer lugar, ese título no es mío, que estoy más visto que el roto de la Justi de mi pueblo que ése sí que era un portento. Por la ranura sólo cabían las monedas de cinco pesetas que acuñó en 1949 Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios. Las coleccionaba a cambio de... Vaya usted a saber qué… El título proviene del Criticón de Baltasar Gracián, que padeció persecución por parte de los suyos que eran de aúpa, y por parte de los politicastros de su tiempo –siglo XVII– que eran muchísimo peores, pues se creían la encarnación del sacro imperio.

Este jesuita lo tenía bien claro por experiencia: «dinero no falte, y trampa adelante», escribía. Pocos como él explicaron con tan gran precisión lo que eran los puntos suspensivos en un relato político, en las letras de cambio, y en el atraco a los presupuestos generales del Estado. Denunció las trampas que hacían los políticos de su tiempo para que el corcho del latrocinio flotara como un nenúfar en las noches melancólicas de Babilonia. Lo sabía, ¿y por qué? Porque la patulea de todos esos ladrones le confesaban sus estragos a cambio del perdón de sus pecados. Negocio redondo por pascual florida y fin de año.

Algo parecido –el negocio con liviandad– sucede ahora mismo con la dictadura sanchuna, que sufre España con un estoicismo caníbal. Al haberse suprimido el sacramento de la confesión –sólo queda el confesionario de los jueces sin secretos que guardar–, también se ha perdido la conciencia de lo que es un latrocinio desorejado y a la madre que… Todo se ha reducido al «ius loquendi» –al arte del lenguaje– que formuló Horacio en su Poetica como lo peor pesadilla que pueda ocurrirle a una sociedad libre: a hilvanar palabras y conceptos en desuso en un lenguaje repleto de trampas retóricas que sirven al tirano como norma para la política, las ciencias y las artes. Totalitarismo sin marcha atrás.

Dicho así, suena incluso a categoría superior: a gran academicismo navideño de la RAE que limpia, fija y da esplendor. Pero no seamos ingenuos fabricando villancicos con jalea de alta proteína woke. Lo que anuncia el sanchunismo no es más que un lenguaje soez y de rodapié para perpetuar lo que el propio tirano llama las bases empíricas del «discurso del odio», que es muy sencillo y facilísimo de explicar y de entender, pues transita por la falacia de un mercantilismo desvergonzado que elabora la burocracia camellera de un comité central puño en alto.

El quid ya no reside en la mentira como estipendio de la política porque, sencillamente, la verdad ha decaído y está en desuso a todos los efectos en las estructuras del Estado de Derecho y en la praxis política del Gobierno Frankenstein. Ni siquiera reside en «el bulo», que es la palabra sanchuna y ficcional por excelencia, y que enloda todos sus puentes y construcciones sociales. ¿En dónde entonces? En la trampa de esa mentira absoluta que en sí misma se convierte en la verdad oficial del reino.

Todo un círculo vicioso que supone para el autócrata la verdad progresista con el apoyo transversal a todas sus convicciones, y que se resume en esta clarividencia para cretinos utópicos: nosotros sabemos que mentimos, y los españoles saben que mentimos con una gran elocuencia, convencimiento, y facilidad. ¿Hasta dónde llegará esta alegría sanchuna del dinero como concepto navideño en continuo desarrollo? Hasta la impunidad, hasta el absurdo más absoluto y sombroso que resolvía Mark Twain, que no yo, con esta suposición para coches sin neumáticos de repuesto: «Supón que eres idiota. Y a continuación supón que eres un miembro del Congreso de los Diputados… Perdón, me estoy repitiendo». Confesión inconfesable…

Con la repetición de esta necedad hasta el infinito, las finanzas sanchunas circulan solitas con su trampa emotiva. Así Koldo, sería la bocanada de dinero a mogollón y de aire fresco que –sin ser nada ni nadie– mueve los ministerios hacendísticos con imaginación fidelísima; Ábalos, la trompa prodigiosa que está ahí para solventar las crisis internacionales, que son siempre las financieras, como… si fuera el premio nobel en economía bolivariana; Aldama, el banquero de emergencias al quite por si se necesita dinero para el departamento de transacciones invisibles; Begoña, la flor marchita que, desde su cátedra, perfuma la historia de la mujer que hace bolillos con el telar de Penélope; ¿Y los demás miembros de la banda?: un orgullo recaudatorio que juegan al golf en las hora libres. Grandes cuidadores del fondo de reptiles…

¿Y para nosotros qué negocio con qué trampa específica nos espera? Pues el gordo de Navidad que, políticamente, nos ha llegado a los europeos y españoles con ese atropello asesino y anticristiano de Magdeburgo, que unos califican de terrorismo islámico, otros de islamófobo, y que otros –para dorar la píldora– endosan el atentado a la extrema derecha alemana. Huele a componenda medioambiental, a elecciones sobre la mesa del tanatorio, a extrañeza ideológica para sepultar a la Europa cristiana. Frente a esta criminal opción, Feliz Navidad, porque nos ha nacido un Niño de amor y de paz.

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