Diario de Castilla y León

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Anda Castilla y León en tiempo de alegaciones para una nueva normativa en el ámbito de los espectáculos taurinos. Una época de espléndidas contradicciones sociales, en la que la tauromaquia no puede, al menos del todo, sustraerse de la embravecida inercia urbanita que sufre la sociedad, producto del avance de las ideologías consumista, industrial y mascotista. Lo del animalismo, bien mirado, no es tan influyente, pues su discurso, éste así, es tan notorio en su brutalidad de desequilibrio cognitivo que permite a muchos ciudadanos mostrar, al menos, una duda razonable sobre sus postulados.

La verticalidad de esta columna permite, al relance, preguntarse el por qué nadie ha caído en la cuenta de estudiar, siquiera de modo preliminar, los elementos materiales que, en cientos de pueblos de Castilla y León, separan a los cornúpetas de los espectadores. Que en muchos casos, muchos, son personas sin un mínimo conocimiento sobre el comportamiento de las reses de lidia, y a su vez con unas condiciones físicas propias del dominguero tumbado a la sombra de un chopo en una merienda campestre (cada vez leo más lo de campestre en vez de campero para hablar de un encierro tradicional, me sonrío por el guiño urbanita del vocablo).

Pues bien. Las talanqueras verticales propician (sin ser la causa, pues solo la temeridad lo es) muchos de los accidentes y cogidas, algunos mortales, durante ritos taurinos populares. Las razones son tan evidentes y esta columna tan corta (como la falda a la que alude la canción de Sabina) que no es necesaria su exposición.

Sobre el tiempo para los encierros tradicionales (tramo campero y tramo urbano; la realidad es que los encierros sólo por las calles, como Pamplona, no son tales, pues encerrar es traer del campo a la villa, pero eso es otro cantar) el otro día, con dos de los mejores encerradores de Castilla y León, en pleno predio de bravo, nos preguntábamos sobre la cerveza y el ron. Intentábamos averiguar la bebida preferida del que ha establecido los tiempos en el borrador. Como que los encierros fueran homogéneos, indistinguibles.

Antes de que el procesador de textos me avise del tercer aviso, no es ocioso aludir a cómo el borrador pincha en hueso, y cómo, en la regulación para el indulto. Hasta el ser vivo más bravo dice basta en algún momento. Lo importante es manifestarlo en el momento de la batalla. Querer verificar la bravura a toro pasado, a tercio pasado, no es sino desconocer no tanto al toro, que también, sino algo más importante: las reglas de la vida, y sus irrepetibles momentos.

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