Diario de Castilla y León

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PERDONEN esta confesión, pero es que sigo fielmente los acontecimientos litúrgicos –con el permiso del Ministerio de Transportes del Gobierno de España– porque los puentes, no sé por qué, me vuelven loco, loco, loco. Lo digo porque el próximo lunes, día 1 de abril, me tocará escribir sobre la resurrección de la carne. Tema espinoso donde los haya. Así que hoy Lunes Santo me iré a lo sencillito y a lo más concreto en los planes de la redención sanchista.

Proyecto complejo, a pesar de este puente larguísimo que, como el buen paño, está ahí porque bien se vende: calles, carreteras y hoteles colapsados en busca de hogar. Lo cierto es que el dramatismo de estos días tuvo, hace más de dos mil años, un desencadenante concreto que el tirano español ha puesto en candelero en estos días de Semana Santa de manera cruel y punzante: la traición de Judas Iscariote. Una realidad teológica inexplicable para los que no sabemos teología, que tuvo consecuencias políticas irreversibles. Y sin más dilaciones o «dilataciones» –que dice una conocida líder cultural con vocación de matrona–, yo tampoco me «dilato más». Iré al grano sinpolitiquismos de papandujo.

En español decir Judas equivale a traición, y lo saben hasta los bebés. ¿Y lo de «sinhogarismo»? Ni Dios lo sabe. Hablamos de una palabrita novísima que tiene una exégesis endiablada. Surgió de la noche a la mañana en las zahúrdas del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030. De aquí pasó a la Ley de Vivienda, vigente desde mayo de 2023, como término legal y trufado de directrices ideológicas: que si identidad de género, que si roles binarios, que si okupación, y que si áteme esta mosca por el rabo.

Lo milagroso del palabro es que, inmediatamente después, y sin el rodaje habitual que tienen las palabras como uso normalizado entre los hablantes, pasó a la Real Academia de la Lengua «impecable» e impoluta, que diría Bolaños, por aclamación política. En noviembre de 2023 –o sea, hace cuatro meses– ya aparece como tesoro del diccionario con esta endeble explicación filológica: «sinhogarismo, de sin hogar e –ismo». ¡Toma ya!, y añade: «Circunstancia de la persona que carece de hogar donde vivir y, generalmente, de cualquier medio de vida. Sin.: indigencia». Tal cual. La Academia tampoco es ya lo que era. Y claro, de aquí el calificativo esmirriado de sinhogarista, que servidor aplica a Judas porque no tenía casa en propiedad y practicaba el sinhogarismo permanente y versátil para marcarnos el paso en Semana Santa.

Aclarados los procedimientos del lenguaje, que son la base del entendimiento, vayamos al sentido escatológico de la doctrina sanchista que trafica con el sinhogarismo como… como Pedro por su casa. ¿De qué otra forma podría ser? Reconozco que lo hace con tal desparpajo y jeta modernista, que me lleva derechito a las profundidades cósmicas de Jesulín de Ubrique cuando en el abismo del tentadero quería definir de alguna manera su experiencia místico-torera, y la criatura exclamaba inerme: «lo diré en dos palabras: ¡in presionante!». Ante semejante hallazgo este menda sí que se dilata.

Cómo no. Ya con la ley de amnistía prácticamente en la mano, y que convierte a Judas Iscariote en el paradigma de la traición salvífica y en un sinhogarista sin fronteras, ¿quién es el buen cristiano que, siguiendo las enseñanzas del Maestro, aguanta esta altísima traición del sanchismo poniendo la otra mejilla? Imposible: no alcanza uno. Y es que hay muchas clases de traiciones. La de Judas, que puso precio al mismísimo Dios hecho carne, después del beso en el Huerto de Getsemaní –«¡Salve, Rabí!»–, qué sé yo… pero parece un gesto de dignidad contrastada. Lo digo porque, al recibir los 30 talentos de plata por los servicios prestados, se los tiró a la cara de los sacerdotes del Templo. No sólo esto. Cuando ya no pudo resistir los remordimientos de conciencia, se ahorcó en la primera higuera doméstica que lo amparó.

Dos acciones estas incomprensibles en un sinhogarista sin conciencia como Pedro Sánchez que considera al obispo Oppas –el traidor que franqueó la okupación musulmana en la Hispania del 711– como a un coleguilla del Guadalete; que celebra la traición de Antonio Pérez –el creador de la leyenda negra contra España– como a un colaborador necesario; y que ve en el felón de Fernando VII –el rey que soñaba con «caenas», cepos y calcitrapas–, como el ejemplo práctico de cómo se puede traicionar a España cuantas veces fueran necesarias y sin que afectara a la dinastía de los traidoristas.

Oh porca miseria de las alcantarillas. Lo de Sánchez, como demostró el viernes en Bruselas, no os más que el residuo de un sinhogarista en busca de su complemento: la de ese traidor esperpéntico y ladronazo sostenido, y a la vez sustentador, que se llama Puigdemont. Con la amnistía en ejercicio –ellos nunca se ahorcarán– todo les servirá. Entre los dos reutilizarán hasta la soga del trágico Judas Iscariote para ahorcar en cada higuera del reino al Estado de Derecho y a todos y cada uno de los artículos de la Constitución democrática del 78.

Y lo harán ellos dos solitos –judas amnistiacizados– como un esperpento en dos pujas. No contarán con el planchadismo del yolandismo de gaita gallega, ni tampoco con los restos del cadáver Frankenstein que estarán como alma en vilo pendientes del sinhogarismo que caiga. Se bastan ellos dos en estado puro: sanchismo & puigdemontismo en cristalizaciones binarias de fasciosismo pujante y de narzisismos totalizantes. En fin, que este es el plan de redención de este par de golpistas iscarioteizados: con todo el presupuestismo mamoncista nos condenarán al sinesperanzismo más sinhogarista de la sinhistoria.

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