Diario de Castilla y León
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La pantalla del ordenador anunció el sábado por la mañana la muerte de Concha Velasco, esa ‘muchacha de Valladolid’ que fue un torbellino de emociones delante y detrás de las cámaras, dentro y fuera de los escenarios, un rostro y una voz cercanos para varias generaciones de españoles. Valiente como para decir en una entrevista que no necesitaba ser feminista, pues ya cobraba ella más que muchos hombres. Pese a una singladura vital no ajena a galernas emocionales (lo que no es, en puridad, ni bueno ni malo), su existencia fue ejemplo de valentía y asertividad. Sin necesidad de (falsos) postureos, que tanto hubieran gustado a cierta Corte ministerial, necesitada de personas conocidas e influyentes para vender sus mensajes de empoderamiento que, en realidad, no hacen sino favorecer sentimientos de quebradiza debilidad.

Dentro de media hora (por ayer, cuando escribo), aquí, en Valladolid, se oficiará su funeral. En la Catedral. Descansará su recuerdo ya imperecedero en el panteón de los Ilustres, en el cementerio de El Carmen. Y una Espiga de la Seminci mostrará orgullosa su nombre, en una iniciativa acertada de Carnero, el alcalde de la ciudad que la vio nacer. No está nada mal, para esa mujer que fue, con su alma de llanura infinita, con su mirada de cereal limpio y honesto… Y que, quizá en su papel de mayor potencia interpretativa, fue Teresa de Jesús, otra mujer corajuda, adelantada a su tiempo. Referencia cierta de fe en el ser humano, para quienes saben mirar sin sectarismos catetos.

Pero el sábado fue mucho más. Con esos contrastes tan marcados, inesperados. Al mediodía estábamos convocados aquellos muchachos que fuimos y a los que un balón nos sigue uniendo los jueves por la noche, excusa idónea para recibir la llegada de algún que otro viernes alrededor de unas patatas con las que compensar gramos y calorías quemados minutos antes. La comida de Navidad para recordar regates inesperados, caños humillantes, y ese foco fundido en una de las esquinas del polideportivo del que ya no nos quejamos, porque la ausencia de luz ayuda a esconder las limitaciones de las musculaturas obsolescentes.

Y, Jose, uno de los habituales (y autor de un criminal caño del que fui sujeto pasivo el jueves pasado…), nos envió al grupo de Whatsapp un par de fotos en las que aparecía con Concha Velasco. Un modo espontáneo para que la comida fuera un tácito homenaje para ella. Para una mujer valiente. Y honesta. Que jamás acudió al victimismo para sacar tajada.

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