Diario de Castilla y León

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EN CIERTA OCASIÓN un amigo que pasó por política burgalesa de forma eventual me contaba una anécdota de sus tiempos a las órdenes del líder de su agrupación, un hombre de conocido temperamento y dotado de lo que en Burgos solemos definir como caracter asperón. A finales de los setenta o principios de los años ochenta del siglo pasado, estando este buen amigo, un artista en toda la extensión de la palabra, despachando con su jefe de filas cuando ambos ostentaban responsabilidades públicas, acudió un tercer personaje, no menos carismático, a demandar audiencia. Cinco minutitos para comentar una cosita, decía.

Con la venia del cabeza de partido, que ya le miraba con la ceja levantada, osó reclamar que se le habilitara un despacho donde poder recibir a los ciudadanos que tuvieran cuitas con su negociado, habida cuenta de la responsabilidad que le correspondía atender. El patrón soltó la mano y dio una fuerte palmada a la mesa que sobresaltó a ambos subalternos. Levantó el dedo señalando a quien esta anécdota me contaba y le dijo: «Esto va también para ti». Y a continuación dejó salir su fuerte carácter vociferando airado que de despacho nada, que se fuera olvidando. Que el único con derecho tenía que ser él, que para eso era el que despachaba, y la obligación de los otros dos era pisar la calle y tragar sapos si algún ciudadano les paraba para preguntar de lo suyo o para ciscarse por los problemas que se le habían acarreado. Les dio, eso sí, dos opciones.

Obedecer o coger la puerta e irse a casa. Ambos acólitos, acataron y salieron por piernas lo antes posible. Nunca nadie más le pidió un despacho, aunque con el tiempo y la profesionalización de la gestión pública acabaron por tener mesa, silla y teléfono. Hoy, bien entrados en el siglo XXI a los políticos les vuelven a parar por la calle y se les exigen explicaciones, muchas veces con peores modales que hace tres o cuatro décadas. Se pensaba que se había dejado atrás la época de los escraches salvajes pero al parecer están volviendo a la vida pública. No sé si la anécdota del diputado socialista y exalcalde de Valladolid se le puede llamar escrache, pero seguro que no pasó buen rato y algo raro vería en las pulilas del sujeto que le abordó para tener que llamar a la policía. Como ordenaba aquel mandamás burgalés, el político tiene que pisar la calle y atender a las señoras mayores que se quejan de la plaga de palomas o comerse las críticas al partido en nombre de sus jefes de filas. Va en el cargo. Pero con educación, respeto y afán constructivo. Ya se pasaron los tiempos de perroflautas acampados a las puertas de los ayuntamientos o secuaces insultando antes de los plenos municipales. Cordura y paz.

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