VOX y sus mayores de Madrid

ALGUIEN TENDRÁ que dar la cara en VOX Castilla y León y asumir el estacazo que le dieron las urnas. Las mismas urnas que hace año y medio les auparon al Gobierno de la Junta. Hoy la política, como la vida, lo consume todo a velocidad del Red Bull de Verstappen. Si pestañeas, te lo pierdes. Frenesí electoral. Pero también aquí el fracaso es un hijo bastardo. Escuchen: es el silencio. El silencio es más atronador que el ¡Viva España! y la madre superiora. No vale con asomar el hocico detrás de Abascal en la noche de las expectativas quebradas. La gestión de expectativas es un elemento crucial en la forma de desenvolverse en cualquier actividad profesional, pero también en lo personal. A Juan García Gallardo, el líder natural de VOX en Castilla y León, no le queda otra que aparecer y comparecer para dar la cara y asumir la parte alícuota  del estacazo resultante. Comparecer y asumir. VOX ha perdido un puñado de diputados, pero más del 25% de ellos han caído en Castilla y León. Y han caído a la saca del socio de gobierno, Alfonso Fernández Mañueco. Eso sí es un trasvase y no el del Tajo Segura. La clave de VOX es discernir entre lo que corresponde a la inercia nacional y qué parte compete a la incompetencia autonómica tras un año gobernando a golpe de unas cuantas estridencias innecesarias, es decir, la parte alícuota. Quizás ahora sus mayores del centralismo (y yo le doy, le doy Bambú) entiendan que España no se comprende como un universo único que gira en torno a Madrid. Aquí la política es asunto de serenidad y sentido común, no como una tertulia de esas de griterío y algarada. Cuanto más tarde Gallardo en salir, sin miedo a nada ni a nadie, más bola se le va a hacer. Y la bola, cuando enfila la cuesta abajo, no sube, precisamente porque va cuesta abajo. Es una ley física. Sin ir más lejos, ayer, por ejemplo, hicimos fiesta en vacaciones porque se les puso por los mismísimos a los mayores de VOX. En VOX harían puente, porque para fiestas no están.