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LOS seres humanos acompasamos el mundo como Dios da a entender y por eso, en muchas ocasiones, seguimos tropezando en la misma piedra. Emprendemos la huida hacia adelante como si fuera el presagio de lo que ha de ofrecer nuestro futuro, nuestra propia cosecha, la que dio lugar a ese refrán que viene diciendo, desde hace algunos siglos, que aquel que siembra vientos recoge tempestades.

Pero los seres humanos del siglo XXI hemos vuelto al pasado mohíno que había quedado atrás, y los que creíamos que los avances científicos y tecnológicos servirían para que este país se consagrase como un auténtico espacio de progreso y libertades, de nuevo nos equivocamos, porque todos esos avances, o al menos, la mayoría de ellos, solo han servido para que las jerarquías estatales y supremas, presididas por el patriarca Sánchez, nos mantengan controlados de un modo tan absurdo y abusivo que no tiene parangón.

Porque los gobernantes elegidos, ahora están centrados e instalados en sus propias quimeras y en sus pajas mentales; no aciertan ni una, ni muestran interés por acertar. Creen que el mundo que conciben cada día es la nueva versión del Paraíso. Mientras tanto, el recibo de la luz sigue subiendo de modo incontrolable a la vez que el Consejo de Ministros se va de vacaciones. Cuando regrese volverá a ocuparse y preocuparse de que el medio ambiente sea más saludable: el recibo de la luz es lo de menos. Lo que importa de verdad es que los medios de producción de energías limpias -inspiradas por bolsillos, a veces, algo sucios- sigan horadando los paisajes con dantescos planteles fotovoltaicos y eólicos que apenas crean empleo y que ocupan y taladran varios miles de hectáreas, desertizando y deshaciendo lo que la naturaleza creo durante siglos. Empobreciendo los lugares en que son emplazados ¡La naturaleza! ¡Pobre y devastada naturaleza! Se va quedando sola en el designio errado de los hombres.

Digo, como Álvaro Cunqueiro en el preámbulo iniciático de Las mocedades de Ulises, que este relato no es una novela, y ustedes bien lo saben, es la posible parte de un largo aprendizaje, el aprendizaje del oficio de hombre, sin duda muy difícil. Por eso insto al presidente del Gobierno que todavía dirige los destinos, a que aprenda a leer en la gran literatura, que medite y consagre los vaticinios que ofrecen, en las fábulas de Samaniego, la gata Zapaquilda, el zagal de las ovejas, Los dos amigos y el oso o la zorra y el busto. Que lea despacio y aplique las sabidurías que perviven en cada uno de los relatos de El Conde Lucanor escrito por don Juan Manuel, donde hay ministros y reyes, comerciantes, gente humilde, sabios, cazadores y filósofos. Que lea despacio los Cuentos de la Alhambra, para que sepa que un día no lejano, mirará para atrás como Boabdil, para ver los desastres que han dejado sus cuitas y quehaceres, sus mangas por el hombro, al gobernar sin reglas ni concierto.

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