D.O. RUEDA
Emilio Pita y los verdejos de una sola ZEPA

El enólogo Emilio Pita en el interior de la nave de crianza en la bodega de Rubí de Bracamonte.
Nació en Rubí de Bracamonte, uno de los términos municipales más al suroeste de la Denominación de Origen Rueda. De familia de agricultores con varias generaciones. Emilio es biólogo y bioquímico y uno de los pocos enólogos de la región que se licenció en enología por la Universidad de Burdeos. Como todos los de su generación viajó por ‘el vino del mundo’ -entre otras zonas, California y Nueva Zelanda- antes de fermentar su primer vino en su pueblo.
Siempre tuvo claro que los Pita eran la consecuencia de un coupage acertado en el que la biología y la enología coincidían dentro de una misma filosofía. Por eso desde el principio abrazó la religión verde y sus viñas y vinos están dentro del Consejo de Agricultura Ecológica, con el sello en la etiqueta y las prácticas culturales en la vid siguiendo el manual. En total, 62 hectáreas de viñedo en espaldera con una media de edad de 20 años. La mayor parte de la viña se sitúa en el pago de La Cantera, próximo a la bodega construida en 2012. Predomina la variedad verdejo y unos líneos de sauvignon blanc. En Velascálvaro, que está en la linde, plantó 8 hectáreas de tempranillo y garnacha que le permiten elaborar cortas partidas.
Hoy todos sus vinos -rosados, blancos, tintos jóvenes y con crianza- salen al mercado bajo el amparo de la contraetiqueta de la DO Rueda. Pero la cepa más importante de su viñedo se escribe con zeta. Una ZEPA, o Zona de Especial Protección para las Aves. Se trata de un área designada en la Unión Europea para proteger las aves silvestres y sus hábitats, especialmente aquellas especies migratorias o aquellas cuya población en la zona es importante para la Unión Europea. Estas ZEPAs forman parte de la Red Natura 2000, una red ecológica europea de espacios protegidos. De ahí que las viñas de Emilio Pita sean de una sola zepa. Y es que por sus viñedos vuelan en punta los bandos de grullas y, entre las cepas, son frecuentes las visitas de las avutardas. «Las últimas, hace tres días», dice Emilio. Además, es habitual observar en el cielo las evoluciones de los halcones, milanos, búhos chicos y alcaravanes, además del paso ligero de la perdiz, que es tan autóctona como el verdejo en estos parajes. La fusión naturaleza viña y vino está garantizada.
El visitante disfruta dentro de la finca de Bodegas Pita de una modalidad de enoturismo que incluye cata, viñedo y jornadas de avistamiento de aves y se sorprende del potencial ambiental de la bodega de los Pita. Emilio ha logrado en dos décadas definir sus vinos, que expresan el terruño y garantizan la personalidad, pues el suelo y la situación de las viñas garantizan los registros sensoriales tras la vinificación. Los vinos más jóvenes definen los rasgos primarios cargados de fruta y de series aromáticas, con abundantes notas de hierba, flor y fruta. Uno de sus verdejos pasa por el envase de terracota y, tras fermentar y envejecer en el barro, logra rescatar un buen potencial aromático. Un blanco premiado y aplaudido por los prescriptores. Los tintos del pago de La Bonera han logrado un cuadro sensorial con claros apuntes de la tempranillo del Duero. El rosado es un varietal de garnacha. Una parte de los vinos blancos pasan por las barricas de 225 y otros tamaños.
Emilio ha logrado fundir en la imagen de sus vinos la marca familiar “Pita” y la “avutarda”, como símbolo incuestionable de su hábitat y su implicación con la naturaleza. La bodega Pita comercializa en torno a las 300.000 botellas de media de las que exporta el 40 %. Sin duda, esta bodega y sus vinos se ajustan a los parámetros de un sólo término municipal y de terruño propio, activos que hoy se valoran en los mercados de los vinos de calidad.